Las férreas leyes de Esparta trataban a los hombres como a máquinas


En el mismo siglo en que se supone que vivió Homero, promulgáronse en Esparta las famosas leyes de Licurgo. Estas férreas leyes regulaban las vidas de los espartanos, desde su nacimiento hasta su muerte, como si fuesen máquinas. A los niños débiles se los condenaba a perecer, y los que merecían la aprobación de los jueces eran separados de sus madres al llegar a los siete años, y el Estado se encargaba de su educación, para convertirlos en soldados vigorosos. Vivían en barracas de la manera más dura y sencilla posible, y se los acostumbraba a sufrir hambre, cansancio y aun golpes.

Hoy mismo, de todo aquel que soporta incomodidades y dolores sin quejarse decimos que es un espartano, y nuestro proverbio «a buen hambre no hay pan duro» procede del horrible pan negro que aquellos muchachos debían comer, según dicho de un cocinero espartano.

En la defensa del paso de las Termopilas, algunos centenares de años después de haber dictado Licurgo sus leyes, se ve qué clase de soldados se obtenían con esta educación militar.

Los jonios atenienses desplegaron una acción muy distinta. Debieron sufrir dificultades y disturbios sin cuento, antes que sus leyes e instituciones se resolviesen en uno de los más perfectos sistemas de gobierno por el pueblo, jamás conocido. Su gran legislador y reformador fue Solón, poeta de quien se conservan las famosas Elegías y uno de los sabios de Grecia, que vivió unos cien años antes de las guerras médicas.