La vida de los judíos desde la dominación persa hasta la caída del imperio romano
Fue Ciro, el rey persa, quien, después de haber conquistado los dominios del antiguo y deshecho imperio babilónico, ordenó la restauración del templo de Jerusalén y dio libertad a los cautivos en Babilonia.
Siglos después, Antíoco IV, rey de Siria hacia el 175 antes de Cristo, decretó una persecución sistemática y despiadada contra todo lo que no perteneciera al mundo cultural helenístico; ordenó desmantelar el templo de Jerusalén y exterminar a todos los judíos de su reino. Semejantes disposiciones provocaron el estallido de varias revueltas dirigidas por el anciano sacerdote Matatías, y luego por su hijo Judas, apodado Macabeo (el Martillador), nombre con el que fueron luego definitivamente apellidados sus descendientes. La guerra por la independencia se extendió a lo largo de dos décadas, hasta que en el año 142 a. de Cristo, el último de los Macabeos, Simón, fue reconocido por el monarca sirio como sumo sacerdote y conductor del pueblo de Judá; así, después de varias centurias de esclavitud, los judíos recobraban una semi-independencia.
Pero ya alboreaban los tiempos de la dominación de Roma en el mundo mediterráneo, y Judá no habría de escapar a ese nuevo yugo: en las últimas centurias de la Edad Antigua, un nuevo conquistador, cuya influencia seria profunda y duradera, asentó su planta en las tierras bíblicas.
El sistema resultó duro para los judíos, y guiados por la desesperación promovieron varias revueltas; la respuesta de la omnipotente Roma no se hizo esperar, y Tito, hijo del emperador Vespasiano -y luego emperador él mismo-, se lanzó a la conquista de Jerusalén, en el año 69.
Los judíos ofrecieron desesperada resistencia, pero finalmente la ciudad fue arrasada, y sus habitantes vendidos como esclavos o condenados a luchar hasta la muerte con bestias feroces en los circos, para entretenimiento del pueblo romano.
Durante la primera mitad del segundo siglo de nuestra era, Bar Kochba, un líder judío cuyo nombre significa “hijo de una estrella”, se lanzó a la guerra en desafío a Roma y por la liberación de su pueblo, hasta perecer junto con casi medio millón de sus seguidores en una sucesión de revueltas que no logró conmover la sólida estructura represiva de los dominadores.
Un éxodo a la inversa -la diáspora-, se produjo durante toda esa época, y centenares de miles de judíos abandonaron la “tierra prometida” dispersándose por el mundo afroasiático y europeo. El centro de la vida judía se desplazó hacia Babilonia; fue entonces -durante el curso de los siglos iv y vi- que se compiló el Talmud, el gran compendio religioso hebreo, en dos versiones: una de ellas, el Talmud Babilónico, y la otra, el Talmud Palestino, o Talmud de Jerusalén. Más que un código de ritos y formas de culto religioso, el Talmud es una recopilación de las leyes tradicionales de los judíos, una especie de enciclopedia que incluye ramas de actividades intelectuales tales como ciencia, teología, folklore y material informativo legendario e histórico.
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