La historia de los judíos desde la edad media hasta nuestros días
Tras la caída del Imperio Romano, la gran masa de los judíos se infiltró en los estados germánicos, Francia y España; Palestina pasó a ser considerada como lugar de peregrinaciones.
Durante el siglo x se introdujeron en pequeños grupos en Inglaterra, casi al mismo tiempo en que sus hermanos de España ocupaban altas posiciones en los gobiernos peninsulares. El crecimiento de los estados cristianos les significó un paulatino relegamiento a los órdenes de actividad en los que se destacaban: comercio y profesiones; desde entonces aparecen dedicados a prestamistas, actividad que les atrajo hostilidad pública. Sus derechos fueron constreñidos por leyes emanadas de poderes civiles tanto como eclesiásticos; se les señalaron barrios y sitios especiales para vivir (ghettos), y fueron acusados de monstruosidades tales como sacrificar niños con propósitos rituales.
Aunque el papa Inocencio III se opuso al ataque indiscriminado contra los judíos, el rey Eduardo I los expulsó de Inglaterra en 1290, y en los estados germánicos se les atribuyó haber desatado la mortífera plaga que azotó las tierras del Rin hacia 1350, por lo que muchos fueron asesinados. En España fueron perseguidos hacia el fin del siglo xiv, y los Reyes Católicos ordenaron su expulsión en 1492.
Durante dos siglos y medio el sistema continuó; la mayor parte de la población judía se concentró en Polonia y Turquía, hasta que hacia 1725 comenzó a afluir a las Islas Británicas, donde, si bien se la mantuvo alejada de ciertas esferas, se le permitió ejercer el comercio y acumular importantes capitales, mediante cuyo expediente comenzó a interferir en los negocios públicos.
Una revisión general de la actitud antijudía del mundo europeo fue promovida por un filósofo judío nacido en Alemania, Moisés Mendelssohn; sus ideas fueron llevadas a la práctica por la Revolución Francesa, en lo relativo a este problema: por iniciativa de Mirabeau, la Asamblea Nacional proclamó la igualdad de los judíos, refirmada por la constitución sancionada en el año 1795.
Al advenir la llamada “revolución industrial”, los judíos prosperaron económicamente y lograron mayor influencia en el mundo cultural y político de las naciones cristianas.
Hacia 1848, con el pleno desarrollo del liberalismo, los líderes judíos intervenían directa y libremente en los asuntos vitales de los países de su nacimiento o actuación: Benjamín Disraeli, estadista de actuación preponderante durante la época de la reina Victoria, era de origen judío; también entonces, las inhabilitaciones públicas que existían para los judíos fueron levantadas, y los ciudadanos de ese origen fueron colocados en un pie de igualdad con los restantes súbditos de Su Majestad.
Hacia la misma época España también revisó su política en ese sentido, y otro tanto hicieron Portugal, Suiza y algunas otras naciones; en Rusia sólo al producirse el colapso del régimen zarista, en 1917, hallaron los judíos su emancipación.
La última gran manifestación antijudía se registró en Alemania, entre 1933 y 1945; las organizaciones mundiales judías calcularon que murieron en dicha oportunidad alrededor de cinco millones de personas de esta condición.
Estados Unidos, más que cualquier otra nación americana, fue puerto de refugio de los judíos perseguidos en Europa y Asia: hacia 1800 comenzó la inmigración; en 1848 había ya 50.000, y hacia 1880 eran 230.000; en la década que va desde ese año hasta 1890, entraron 600.000 más, y en los quince primeros años del siglo xx, ingresaron 1.450.000. Al promediar dicha centuria, la población judía de Estados Unidos sumaba 5.500.000: es decir, que sólo en dicho país viven más judíos que en el propio Estado de Israel, hogar nacional de ese pueblo desde su erección como nación soberana e independiente.
Esta curiosa circunstancia explica por qué existen tantas manifestaciones artísticas y literarias propias del acervo cultural israelí, originadas en la citada república americana.
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