Aún con tempestad goza el viajero de bellezas incomparables
En día de tempestad, con muchos truenos y relámpagos, la belleza del grandioso espectáculo nos deja suspensos. Nunca oímos truenos semejantes, al retumbar de montaña en montaña, ni jamás la luz de otros relámpagos nos reveló cosas tan sorprendentes. Y a veces, cuando la niebla cubre por completo la ciudad y el lago del fondo, dudamos de que existan, pues la capa de niebla llega a hacerse impenetrable.
Entonces, y en medio de nuestro asombro, cambia el panorama repentinamente. Abajo, todo aparece bañado en la luz radiante del Sol, y las nieblas se han elevado a las alturas y ocultan los picos de las montañas.
Se ha hecho en nosotros costumbre el levantarnos temprano para presenciar las bellezas de la aurora, desde nuestra ventana. Diariamente emprendemos excursiones peñas arriba, y hemos adquirido el hábito de trepar fácilmente por los declives resbaladizos. Al efecto, calzamos botas claveteadas, que no resbalan al pisar la tierra húmeda. Cuando, desde una cumbre, contemplamos el valle en el fondo, sentimos una intensa emoción.
Allá arriba encontramos numerosos rebaños de cabras blancas, que triscan alegremente y se dejan acariciar por nosotros. Con ellas compartimos la sal que llevamos en la mochila, para echarles a los huevos cocidos. Pastan allí también hermosas vacas oscuras, cuyos cencerros suenan regocijadamente, y en las chozas de los pastores nos dan una leche fresca y deliciosa.
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