La vida de un niño egipcio en la rumorosa corte faraónica
Y según pensamos en la romántica historia de Moisés, salvado por la hija del rey y llevado al propio palacio del faraón, contemplamos esa variedad de objetos expuestos, y mediante ellos reconstituimos su vida desde la infancia. Es grato imaginarlo entretenido con todos aquellos juguetes, y pensar en los agradables ratos que pasaría distraído con la vaca de manchas blancas y negras que allí hay, y con el gatito que abre la boca como si maullase, y en lo que disfrutaría jugando en un jardín como el que se ve representado en dicho museo, poblado de árboles y con un estanque en medio. Agradaríale también oír las piezas de música que los egipcios tocarían con los instrumentos musicales que de aquellos tiempos se han encontrado, y tampoco sería ajeno al ejercicio de la vela y el remo, solazándose en las aguas del Nilo, en botes semejantes al que hay en el museo. Las pinturas de colores que adornan los sepulcros ponen de manifiesto de qué modo distraían sus ocios los egipcios de aquellos tiempos. Allí se ven grupos de gente alegre bailando y acompañándose con diversos instrumentos de música, y una familia recreándose a orillas de un lago o río. El padre, desde una especie de bote, se dedica a cazar aves, que hace caer muertas entre los juncos de la orilla, lanzándoles una suerte de bumerang, o arma arrojadiza, y que un perro amaestrado para el caso va a cobrar. Una figurita, sentada y asida a las piernas de este cazador, es su hijo, que se aferra así a su padre para no caer al agua. La madre está en la orilla cogiendo flores de loto. Pero el tiempo del recreo ha terminado, y podemos ver al niño Moisés entregado ya al estudio de sus lecciones y aprendiendo a escribir con las plumas de caña y pinturas de colores de aquel tiempo. ¡Cuál no sería su gozo al verse en posesión de una de esas cajas de plumas y colores! ¡Con qué aplicación leería esos rollos de papiro que revelan tantos conocimientos sobre Egipto! Los diez mandamientos traídos por Moisés de la cumbre del Sinaí, después de haber salido de Egipto, figuraban ya incluidos en los cuarenta y dos mandamientos del Libro de los Muertos. La construcción y el culto del Becerro de Oro, que tanto enojo produjo al gran caudillo, debiéronse al antiguo culto de Egipto al buey Apis, del que han llegado hasta nosotros noticias diversas, ya por medio de pinturas e imágenes de toda especie, ya también por las formas momificadas de animales que adoraban y que tenían como sagradas.
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