Personas manidextras y personas zurdas


Respecto a esto es muy interesante observar a los niños. En tal caso no es difícil comprobar que ellos de por sí se sirven indistintamente de las dos manos; pero, tan pronto como empezamos a enseñarles algo solemos favorecer la mano derecha, o sea, damos la preferencia educativa a la mitad izquierda del cerebro, que por lo mismo se hace la parte directora. Podemos observar esto en los juegos y en todos los demás actos.

Pero aun teniendo en cuenta la enorme influencia de la educación, resulta, sin embargo, indudable que existe naturalmente una propensión espontánea en muchos o la mayor parte de los individuos a dar preferencia a la mano derecha, y esta preferencia espontánea necesita una explicación. Una explicación parcial es el considerar esta tendencia como heredada; pero, aunque el hecho es interesante, no nos explica cómo la inclinación empezó.

Sabemos ya que la irrigación sanguínea es el fenómeno más importante de la vida de los tejidos orgánicos, y que ésta en ningún caso es mayor que cuando se trata de células nerviosas. Basta que la corriente se interrumpa por uno o dos segundos tan sólo para que cese el funcionamiento de dichas células, como sucede cuando una persona se desmaya. Así sería del mayor interés saber si existe alguna leve diferencia entre la sangre que riega las dos mitades del cerebro; y hay quien dice que en la mayor parte de los casos la mitad izquierda de este órgano recibe una corriente sanguínea más rápida y caudalosa que la mitad derecha. Si examinamos los vasos torácicos, de los que arrancan las arterias que van a la cabeza, vemos que esta opinión tiene algunos visos de verosimilitud. Las arterias están dispuestas de tal modo que la corriente sanguínea que va a la mitad izquierda del cerebro, o hemisferio cerebral izquierdo, resulta más directa que la que va al hemisferio derecho. Pero, cuando examinamos el cerebro en sí mismo, nos es imposible decir cuál de los dos lados está más favorecido por la corriente de sangre, de manera que esta cuestión, sobre la que tanto se ha escrito y argumentado, es, en realidad, de secundaria importancia.