Las células nerviosas que determinan los latidos del corazón


Debemos, sin embargo, preguntarnos cómo y por qué late el corazón. El corazón debe considerarse como un músculo muy complicado y muy diferente de los restantes músculos existentes en el organismo: pero músculo, al fin y al cabo. Ahora bien, los músculos no son amos, sino criados; están constituidos por células vivientes dotadas de la propiedad de contraerse; pero que no pueden determinarse a la contracción por sí mismas. Todo tejido muscular de nuestro cuerpo es el servidor de determinados nervios, a cuyas incitaciones obedece, no contrayéndose sino cuando el nervio así se lo ordena.

Las células del tejido cardiaco, en cambio, se contraen libremente, y sin necesidad de estímulos. Nacen con la propiedad contráctil autónoma. Son conocidas las experiencias del doctor Carrel, que probaron que una célula cardiaca, aislada, se contrae rítmicamente como si formara parte de un organismo, careciendo de influencia nerviosa.

Asimismo hallamos en el seno del tejido cardiaco gran número de células nerviosas que son las verdaderas coordinadoras de las contracciones del corazón. Estas células son extraordinariamente sensibles y con suma facilidad se afectan por toda clase de influencias. Así, por ejemplo, el calor las afecta con gran facilidad, y por eso el corazón late más aprisa cuando tenemos calor; del mismo modo las excita cualquier sustancia extraña que llegue hasta la sangre, como, por ejemplo, el alcohol o los gases que se aspiran en el acto de fumar, y otros muchos venenos. Algunos de éstos aceleran los latidos del corazón; otros los retardan; esto es, lo hacen latir más despacio; el fumar con frecuencia hace latir el corazón con advertible irregularidad.

No se piense, sin embargo, que con estas nociones quede completa la descripción del mecanismo nervioso de los latidos cardiacos; este mecanismo encierra otras muchas maravillas. Al fin y al cabo la totalidad del cuerpo está supeditada a la actividad del cerebro; y si este órgano no interviniera en el funcionamiento del corazón, no tardaría en trastornarse el buen funcionamiento de este músculo. Por ejemplo, en la posición de pie o sentado, el impulso que se requiere para que la sangre llegue hasta la cabeza es mucho mayor que el que para el mismo objeto se necesita cuando estamos echados. Es, por tanto, necesario que el corazón lata con mayor actividad cuando estamos de pie o sentados, que cuando estamos echados, y así ocurre realmente; pero esto únicamente puede suceder, si el cerebro da las oportunas órdenes.