Tartarín afronta al león y hace una observación memorable
Sólo Tartarín permaneció en su terreno, fijo e inmóvil, frente a la jaula; y los bravos tiradores de gorra, algo tranquilizados por el valor de su campeón, se acercaron otra vez y le oyeron murmurar, mientras miraba fijamente al león: -¡Ah, sí, aquí hay pieza para ti!
Ninguna otra palabra pronunció Tartarín aquel día; sin embargo, al siguiente no se hablaba en toda la ciudad sino de su intención de ir a Argelia, para cazar leones en las montañas del Atlas. Cuando le preguntaron si era verdad, su orgullo no le permitió negarlo, y sostuvo que podría serlo; así la especie fue tomando cuerpo, hasta que por la noche Tartarín en su club declaró, entre atronadores aplausos, que estaba cansado de la caza de la gorra y pensaba partir para efectuar una cacería de leones en el Atlas, de verdaderos leones de carne y huesos.
Entonces empezó una gran lucha entre los dos Tartarines ya descritos; mientras el uno estaba decididamente a favor de la aventura, el otro se oponía resueltamente a ella y no quería dejar su cómoda casita y la seguridad de Tarascón. Pero se había dejado llevar demasiado lejos y conocía que no podía dejar de ir, por lo cual empezó a leer los libros de viajes por el África, y por ellos se enteró de cómo algunos de los exploradores se habían preparado para la empresa sufriendo hambre, sed y otras privaciones antes de partir. Tartarín empezó a reducir su comida y a tomar sopa de muy poca sustancia. Además, de madrugada daba la vuelta alrededor de la ciudad siete u ocho veces, y por la noche se quedaba de plantón en el jardín, de las diez a las once, sólo con su escopeta, para habituarse a los fríos de la noche. En tanto que la casa de fieras permaneció en Tarascón pudo verse en la oscuridad una extraña figura que rondaba en torno de la tienda, escuchando los rugidos del león. Era Tartarín que se ejercitaba en permanecer sereno, mientras el rey de las fieras desplegaba todo su furor.
No se había conocido nunca en Tarascón una efervescencia parecida a la que se produjo durante el período de preparación para el grande viaje de Tartarín. Era el asunto constante de todas las conversaciones; nadie hablaba sino del héroe, de lo que era capaz de hacer, y de si realmente iría, o si tan sólo se trataba de ¡otra visita a Shanghai!
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