La llegada del león a Tarascón y escenas a que dio lugar
Pero iba a llegar, por fin, una ocasión en que Tartarín toparía con una aventura. Una noche, en casa del armero, mientras nuestro héroe estaba explicando cierto mecanismo del rifle, se abrió violentamente la puerta y una voz excitada anunció: “¡Un león! ¡Un león!”
La noticia pareció increíble; pero fácil es imaginar el terror que se apoderaría del pequeño grupo reunido en la tienda del armero, mientras pedían más pormenores. El león podía verse en una colección de fieras ambulante, que había llegado de Beaucaire; y como nunca se había conocido en Tarascón una cosa parecida, los tiradores de gorra, compañeros de Tartarín, empezaron a figurarse que se les presentaba con ello una oportunidad, y el gran hombre mismo se perdía en trazar mil planes. ¡Un león, por fin, y aquí, en el mismo Tarascón! De pronto, cuando la realidad se hubo presentado bien clara ante sus ojos, se echó al hombro su escopeta, y volviéndose al comandante Bravida, le gritó con voz atronadora: “Vamos a verlo”. Los tiradores de gorra le siguieron. Llegados a la casa de fieras, donde muchos tarasconenses estaban contemplando ya las jaulas una tras otra, Tartarín entró con su rifle al hombro dispuesto a indagar lo que había acerca del rey de las fieras. Su entrada no dejó de causar sobresalto en el ánimo de los demás visitantes; los cuales, al ver a su héroe armado de tal guisa, pensaron que podía haber peligro y estuvieron a punto de echar a correr, pero el arrogante porte del gran hombre los tranquilizó, y Tartarín continuó su vuelta por las barracas hasta que llegó frente al león, procedente de las montañas del Atlas, ante el asombro de la gente.
Allí se plantó y se puso a examinar detenidamente al animal, que olfateaba y rugía furioso, y luego, levantándose sacudió su melena y dio un terrible rugido dirigido de lleno contra Tartarín, lo cual fue causa de que la mayor parte de los visitantes corrieran hacia la puerta, desvaneciéndose las mujeres, y cayendo los niños unos sobre otros. Hasta el valeroso Bravida hubo de hacer ademán de tomar las de Villadiego.
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