El héroe empieza a desmayar, pero vese forzado a acometer su heroica empresa
Empezó a echar arraigo la opinión de que el Tartarín que prefería cubrirse de franela iba a prevalecer sobre el Tartarín que deseaba cubrirse de gloria. El héroe, sin duda, tenía miedo, y no mostraba prisa alguna por partir. Los soldados eran los únicos en la ciudad que todavía creían en él; y una noche el comandante Bravida fue a la quinta Baobab y le dijo con la mayor solemnidad: -Tartarín, usted debe ir.
Fue un momento terrible para Tartarín, pero comprendió la grave seriedad de aquellas palabras, y, paseando la mirada por el interior de su agradable casita con ojos humedecidos, contestó, al fin, con voz entrecortada: -¡Bravida, iré! -Después de tomar esta decisión final, dio impulso a sus últimos preparativos con cierta apariencia de prisa. Adquirió de la casa Bompard dos grandes cofres, uno con la inscripción “Tartarín de Tarascón. Caja de armas”. A Bezuquet le compró un botiquín portátil, y encargó en Marsella toda clase de provisiones de viaje, además de una moderna tienda de campaña patentada.
Luego llegó el gran día de su partida, de la que toda la ciudad estaba anhelante, y las inmediaciones de la casa Baobab se veían ocupadas por un enjambre de espectadores. A eso de las diez salió de ella el valeroso héroe. “¡Ahí viene un turco! ¡Lleva anteojos!” fue la atónita exclamación de los curiosos; y era cierto, porque Tartarín se había creído en el deber de vestirse a la usanza argelina, puesto que iba a Argelia. Traía también dos pesados rifles, uno en cada hombro, un enorme cuchillo de caza en su cinto, y un revólver en una funda de cuero. Y protegían sus ojos un par de anteojazos azules, porque el sol de Argelia es terriblemente fuerte.
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