Mister Fogg paga 2.000 libras por un elefante y de esta manera puede cntinuar su viaje


El general trabó amistad con mister Fogg y también con Picaporte, cuyo gran reloj de plata estaba aún con arreglo al meridiano de Greenwich. Sir Francisco trató de hacer comprender a Picaporte que, a medida que iban hacia el este, los días se les hacían más cortos, que por cada grado

de longitud que pasaban, tendría una diferencia de cuatro minutos, y por lo tanto que, a cada nuevo meridiano debía regular su reloj, ya que la hora de Greenwich estaba con arreglo al meridiano de ese lugar. Pero Picaporte no quiso atender esos consejos, y continuó conservando su enorme reloj fiel a la hora de Greenwich. ;

A la mañana siguiente, 22 de octubre, llegaron muy temprano al término del ferrocarril, de donde les quedaban unos ochenta kilómetros para llegar a Allahabad, a pesar de haberse anunciado que la línea ferroviaria ya estaba terminada hasta dicha ciudad. Phileas Fogg tenía el propósito de no perder un momento en su viaje, y el único remedio que les quedaba era el de tomar en alquiler un elefante.

Y aun esto era difícil de lograr, pues el único indio de Jolby, nombre de la aldea a la cual habían llegado, que poseía un elefante, no tenía deseos de separarse de él. Ni la oferta de mil. libras esterlinas podía convencerlo, y sólo cuando mister Fogg llego a ofrecerle la enorme cantidad de 2.300 libras, el indio se decidió a vender el animal. Picaporte quedó estupefacto de que se diera tan alto precio por un elefante, y sir Francisco Cromarty no se admiró menos. Pero sin pérdida de tiempo quedó el elefante listo para el viaje que debía emprenderse, y habiéndose presentado un joven par sí o adorador del fuego, fue alquilado en calidad de guía.

Habían llegado a las ocho, y a las nueve volvían a salir de allí, montados en el elefante, y tomaron un sendero que pasaba por un hermoso bosque de palmeras. A las ocho de la noche ya estaban a medio camino de Allahabad. Emprendiendo la marcha a las seis de la mañana siguiente, el guía confiaba llegar a Allahabad la misma noche, y sin duda hubiera cumplido su palabra, de no haber ocurrido el siguiente suceso.

Hacia las cuatro y mientras se abrían paso por entre un bosque muy espeso, se les presentó a la vista una extraña procesión, que conducía el cadáver de un raja a un templo del bosque. En ella iban muchos sacerdotes, acompañados de una música fantástica, y llevando a empujones a una joven, casi tan blanca como una europea, que se resistía a seguir.

-¡Un sutí! -dijo sir Francisco en voz baja a mister Fogg, que parecía no comprender lo que quería decir-. Un sutí -siguió diciendo- es el sacrificio de la viuda en la misma hoguera que consume a su esposo difunto; pero la víctima se supone que es siempre voluntaria. Esta joven, indudablemente la viuda del difunto raja, será quemada viva mañana por la mañana.

-A la salida del sol -replicó el guía-; pero ella no va voluntariamente al sacrificio, como Claramente se ve.

El espectáculo había impresionado vivamente a Phileas Fogg y parecía muy preocupado, pensando en ello, después que la procesión hubo desaparecido; pero el guía emprendió de nuevo el camino.

-Tengo doce horas en mi favor y de buena gana las dejaría perder con tal de salvar a la pobre joven -dijo reposadamente.

El guía pudo darles más detalles acerca de la predestinada víctima, hija de un rico comerciante de Bombay, a la cual había dado una educación que hacía difícil distinguirla de una europea. Se llamaba Auda y había sido casada con el raja tres meses antes, y sabiendo perfectamente cuál sería su suerte si el raja moría, había tratado de escapar, pero fue capturada otra vez. Esto determinó aun más a mister Fogg a tratar de salvarla, si podía, y mandó al guía que los condujera hacia el templo con el objeto de que a la caída de la tarde pudieran contribuir a la huida de la pobre joven.

Cuando llegaron a la vista del templo, aún seguían las ceremonias. Terminadas éstas, la procesión se puso en marcha hacia la ciudad, después de haber dejado guardias con antorchas encendidas, para que vigilaran a la víctima. Estaban indecisos acerca de los medios que emplearían para salvarla, y al dar la medianoche, mister Fogg y sus compañeros aún no habían podido dar con un plan de acción. Picaporte, sin embargo, trató de poner en práctica el que se había forjado, y para ello se separó de sus compañeros, sin decirles palabra.

Las horas de la noche iban transcurriendo lentamente sin vislumbrar la manera de penetrar en el templo. Las sombras fueron debilitándose, anunciando la llegada del nuevo día. La hora del sacrificio se acercaba. Entonces se abrieron las puertas del templo y salió la víctima conducida por dos sacerdotes, mientras la multitud de faquires y otros plañideros, que se habían reunido allí, movían gran estrépito, siguiendo a Auda y a los sacerdotes. Fogg y sus compañeros se habían unido a las últimas filas de la muchedumbre, y en pocos minutos llegaron a la orilla de un río, donde sobre una pira funeraria descansaba el cuerpo del raja.

A la media luz de la aurora se distinguía el cuerpo casi exánime de la joven, tendida al lado de su difunto esposo. Entonces aplicóse una antorcha a la pira y los maderos empapados de aceite, empezaron a arder. De pronto, un grito de terror salió de los presentes, y todos se arrojaron al suelo atacados de súbito espanto. El viejo raja había resucitado, y cogiendo a la joven en sus brazos, bajó de la pira funeraria por entre el humo, que le daba la apariencia de espectro.

Los sacerdotes y la gente sorprendidos por tal prodigio no osaran levantar los ojos del suelo, y el raja, sosteniendo con seguridad el cuerpo inerte de la pobre joven, se encaminó sin vacilar por entre la multitud hacia donde estaban mister Fogg y sir Francis Cromarty.

-Vamonos de aquí -dijo, pues no era otro que Picaporte quien, aprovechándose del humo de la hoguera, había podido penetrar hasta donde estaba la joven, y salvarla de las llamas, que en aquel momento ofrecían imponente aspecto.