De cómo el invencible Reinaldo salvó a Tancredo de las artes mágicas de Armida


Herminia halló refugio al apuntar el alba en la cabaña de un bondadoso pastor, pero Tancredo no tuvo la misma fortuna. Ya había abandonado su esperanza, cuando encontró a un viajero y le preguntó el camino para ir al campo de Godofredo. El hombre era un malvado que aborrecía a los cristianos, y en lugar de enseñar a Tancredo el camino por el cual preguntaba, le hizo tomar la dirección del castillo de Armida; una gran fortaleza que se levantaba en el centro de un lago, con un puente que la unía a la orilla. Allí, después de haber luchado valientemente, Tancredo fue cogido en una trampa y encerrado en una mazmorra, donde le causaba gran aflicción la idea de que no podría proseguir con Argante el comenzado desafío en el día designado. Otro campeón cristiano, el anciano Raimundo, fue escogido para luchar contra el fiero sarraceno, y un ángel invisible lo protegió durante el tiempo que se prolongó el combate.

Casi diariamente se reñían peleas en la llanura que se extendía entre la ciudad y el campo, en las cuales Clorinda y Argante, por un lado, y Godofredo con sus caballeros por otro, llevaron a cabo gloriosas hazañas. A menudo los espíritus de las tinieblas ayudaban a los sarracenos, mientras Miguel y las angélicas huestes prestaban su auxilio a los campeones de la Cruz. Pero en el más desesperado de estos encuentros, grande fue el regocijo de Godofredo al ver llegar en ayuda de los cristianos a un escuadrón de nobles jóvenes, en los cuales reconoció a Tancredo y a los caballeros que se habían dejado seducir por los infernales atractivos de la hermosa Armida.

A las preguntas de Godofredo contestaron que Armida los había conducido a su castillo del lago y les había dado una terrible prueba de su mágico poder, transformándolos en peces. Luego, volviéndolos a la forma humana, los había invitado a abrazar la fe del Islam, y a combatir bajo su bandera contra los cruzados. Como ellos rehusaran hacerlo, resolvió tenerlos prisioneros en las oscuras mazmorras donde también estaba Tancredo; y al llegar una escolta procedente de Damasco, los envió todos a Egipto como prisioneros de guerra. Sin embargo, su buena estrella quiso que hallaran en su camino al invencible Reinaldo, que andaba errante, desterrado del campo cristiano. Arrojóse éste con gran valor sobre la escolta, y habiendo dado muerte a todos sus soldados, quedaron en libertad Tancredo y sus compañeros; que de esta suerte pudieron prestar su auxilio a Godofredo en la gran batalla.