El pacto que Fausto celebró con Mefistófeles
-Ea, doctor -le dijo-: vístete y sal conmigo a probar las dulzuras de la vida. -¡Pobre de mí! -replicóle Fausto-, soy demasiado viejo para gozar de los placeres del mundo. Para mi no hay más que tedio y amarguras y no deseo sino morir. -Ven conmigo -repuso Mefistófeles- y verás cómo sé hacerte alegre la existencia. Te acompañaré por todas partes; seré, si así gustas, tu siervo. -¿Y con qué condición? Dímelo claramente, pues notorio es que si el diablo ayuda no es por amor de Dios. -Pues bien -respondióle Mefistófeles-, estaré continuamente a tu servicio en este mundo. Mas en el otro, comprende que tú harás otro tanto conmigo. -El otro mundo no me preocupa -replicó Fausto con resolución-. Acepto, pues. Si eres capaz de calmar mis ansias locas, y puedes hacer que yo diga al fugaz instante: “¡Detente!, ¡cuan bello eres!”, soy tuyo; encadéname y arrástrame contigo a los abismos; seré tu esclavo eternamente. El pacto fue redactado y firmado con una gota de sangre.
Algunas noches después, tornó Mefistófeles a visitar a Fausto.
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