Continúa Dantés sus desesperados esfuerzos para recobrar su libertad
Reconvínose Edmundo a sí mismo por no haberse ocupado en estos trabajos durante tantos años. Hacía ya seis que estaba encerrado en aquella mazmorra, y ¡cuántas cosas no hubiera hecho a no haberse entregado a la más extrema desesperación!
En tres días había quitado todo el mortero de la piedra, pero no le era posible mover ésta sin el auxilio de una herramienta que hiciera las veces de palanca. Su ingenio, inactivo por tanto tiempo, recobró de repente su vigor. Había observado que el carcelero le traía la sopa en una cacerola de hierro de mango muy sólido, y, por adquirirla, hubiera dado ahora diez años de su vida. El objeto único de sus pensamientos era, pues, obtener aquella cacerola, cuyo mango había de servir de palanca para levantar la piedra. Logró Dantés lo que se había propuesto, dejando adrede el plato de la sopa en el suelo del tal manera que cuando entró el carcelero tropezó con él y lo rompió. Quedábanle al cancerbero dos caminos para escoger: subir en busca de otro plato o dejarle la cacerola que contenía la sopa y darle el plato la primera vez que volviera a traerle el rancho. Afortunadamente su natural pereza impulsóle a dejarle la cacerola; y así Dantés entró en posesión de la preciada herramienta. Con auxilio del mango, y trabajando sin descanso toda la noche, logró mover las piedras de la pared. Y como el carcelero al otro día se olvidó de traerle un nuevo plato, volvió a dejarle la cacerola, con lo que el pobre preso pudo servirse de ella mucho más tiempo del quo hubiera podido esperar.
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