Los emocionados recuerdos de un viejo maestro


Entonces se levantó y abrió uno de los cajones de su mesa. Después de rebuscar en él un poco, sacó un papel amarillento, que entregó a ni padre. Era un trabajo escolar, que éste había escrito hacía cuarenta años. Reconoció el carácter de letra que tenía cuando niño, y; además varias correcciones que su madre había hecho. “Las últimas líneas son enteramente suyas, dijo, había aprendido a imitar mi letra y cuando yo estaba muy cansado, acababa los temas en mi lugar.

"Aquí están mis recuerdos, dijo el anciano maestro. He guardado siempre un trabajo de cada uno de mis discípulos y ahí los tengo numerados y en orden. Algunas veces cierro mis ojos y veo desfilar sus rostros, uno después de otro, clase por clase; y así pasan delante de mí centenares de niños. Los había buenos y malos; pero se me figura que estoy ya en el otro mundo y quiero igualmente a todos."

Mi padre rogó al maestro que viniera a almorzar con nosotros a la posada, que era silenciosa como un convento. El maestro mostróse muy contento y nos habló de varios asuntos con rostro alegre y risa casi de joven. Mientras nos acompañaba al tren pidió a mi padre que se acordase de él, y le dio su bendición. "Volveremos a vernos", dijo mi padre, pero el anciano levantó su temblorosa mano, y señalando al cielo, dijo: "Sí, ¡allá arriba!"