Inolvidable acto de homenaje a un valiente y temerario niño
Otro día, que recuerdo muy bien, estábamos con nuestro maestro, aguardando delante de las casas consistoriales, para presenciar la entrega de la medalla al mérito concedida a un muchacho por el valor de que había dado pruebas, salvando a un niño que se estaba ahogando en el río. Entramos en el gran salón. Estaba lleno de gente, y en el extremo se veía una mesa cubierta con un tapete rojo y encima unos papeles; detrás de ella había una hilera de dorados sillones para el alcalde y los concejales. En un extremo del salón vimos un pelotón de policía, y a su lado otro de empleados de la aduana. Frente a éstos se encontraban los bomberos con uniforme de gala, y después venían soldados de caballería, infantería y artillería. En el centro del salón había una gran multitud de hombres, mujeres y niños; y en el balcón que daba sobre la puerta se veían muchos colegiales. Parecía que nos hallábamos en el teatro; todos hablaban alegremente; la banda de música tocaba en las arcadas, y el sol brillaba reflejando su luz en las altas paredes blancas.
De repente en el salón empezaron todos a aplaudir.
Un hombre y una mujer acababan de aparecer en la plataforma, llevando a un muchacho de la mano. Era el salvador del niño. Su padre, un albañil, y su madre, una humilde mujer vestida de negro, estaban confusos ante tal espectáculo, y no osaban levantar sus ojos del suelo. En breve apareció el alcalde con varios caballeros. El alcalde, con traje enteramente blanco y la ancha faja tricolor cruzada sobre el pecho, se colocó junto a la mesa e hizo una ligera señal. La música cesó instantáneamente y todo quedó en silencio.
Refirió el alcalde la historia de aquella valerosa acción, y terminó con estas palabras: "Aquí tenéis al valiente y bondadoso salvador. Soldados, saludadle como a un hermano; madres, bendecidle como a un hijo; niños, guardad impreso en vuestra memoria el recuerdo de sus facciones. Ahora acércate, hijo mío. En nombre del rey de Italia, te entrego esta medalla en premio de tu valor". En el salón estalló un frenético aplauso al ser colocada la medalla sobre el pecho del muchacho: y el alcalde resumió: "Que la memoria de este día te conserve siempre en el camino de la virtud y del honor. Adiós".
Volvió a tocar la música: el alcalde besó al niño y se marchó. Hubo un movimiento en la multitud; un niño de ocho o nueve años corrió al encuentro del héroe y se echó en sus brazos. Resonó un nuevo aplauso, porque aquél era el niño salvado, que venía a dar las gracias a su bienhechor. Se abrazaron y salieron los primeros del salón, siguiéndoles el padre y la madre, mientras la multitud respetuosa les abría paso. El muchacho pasó junto a mí; su rostro expresaba el más intenso júbilo. La madre lloraba y reía al mismo tiempo. Al pasar bajo los pórticos, las muchachas que estaban en el balcón dejaron caer una lluvia de pensamientos y otras flores sobre la dichosa familia. La banda preludió una hermosa pieza, que parecía el canto de varias voces juntas.
Fue aquél uno de los actos públicos más emotivos de cuantos yo había tenido la dicha de presenciar.
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