Shakespeare fue un extraordinario poeta del alma turbada
Pero las obras que habían de elevarle tan alto a los ojos de todas las generaciones que le sucedieron, tenían que escribirse aún. Si Shakespeare hubiese muerto en el año 1600, habría vivido en la memoria de los hombres como poeta de raro discernimiento, pues su obra literaria podía ya desafiar la acción demoledora del tiempo, cuya fuerza describió tantas veces, en versos como éstos:
Gloria del tiempo es sosegar los reyes que se pasan la vida batallando;
gloria es, de lo falso al fin triunfando, sacar de la verdad limpias las leyes.
Gloria del tiempo es imprimir su sello en las cosas antiguas, en la aurora,
en la quietud de la nocturna hora y parar en ruinas lo más bello...
Carcomer los suntuosos monumentos, las cosas sepultar en el olvido,
los impresos borrar, y hasta el sentido alterar de los mismos pensamientos.
Secar el manantial de la arboleda, arrancar de las aves el plumaje,
en polvo convertir fuerte blindaje y de Fortuna voltear la rueda.
Si Shakespeare hubiese muerto en 1600, se le hubiera conocido como escritor de deliciosas canciones que parecen cantar por sí mismas como cantan los vientos y las aguas; canciones como la siguiente dedicada a Silvia:
¿Quién es Silvia? ¿Por qué a Silvia todos los mozos ensalzan? Silvia es hermosa y discreta, Silvia es pura, Silvia es santa. Para que todos la admiren la colmó el cielo de gracias.
¿Es tan buena como hermosa? Sí, la bondad por morada sirve siempre a la hermosura; y el amor se dio tal traza, que con los ojos de Silvia por no ser ciego se ampara.
A Silvia cantemos, pues, que Silvia es beldad muy alta, y excede a todo mortal, en la terrena morada. Cortad flores y tejed a su frente una guirnalda.
Hubiera así sido conocido como escritor de comedias deliciosas y de historia; pero no habría tenido el alcance, profundidad y fuerza de pensamiento que hoy hallamos en él.
¿Qué es lo que le aconteció a Shakespeare y lo entristeció y le impuso la tarea de sondear las profundidades del carácter y de la pasión? Esto no lo sabremos jamás, pero por una u otra razón volvióse gravemente reflexivo. Sentíase envejecer:
Contempla en mí la época tardía, en que amarillas hojas agitadas penden de las desnudas enramadas do cantaron las aves a porfía. Yo soy, cual su crepúsculo doliente que al sumergirse el sol en Occidente tras él se desvanece ante la noche.
Hasta en la deliciosa comedia Como gustéis, no se sabe sustraer a este mismo carácter reflexivo:
Sopla, sopla, helado viento, pues causas menos tormento que un ingrato corazón.
Tu diente no es tan agudo, aunque tu aliento sea rudo, porque oculta su aguijón.
Hiela, hiela, invernal cielo; menos temible es el hielo que el olvido del amigo a quien hicimos favores.
¡Cuan amargos sinsabores lleva el ingrato consigo!
Y ahora, quizá, porque en los días de su prosperidad tiene más tiempo para leer y pensar, es cuando prosigue escribiendo obras geniales. Apela a la historia en Julio César; sondea las profundidades del espíritu humano, en Hamlet; pinta con fidelidad terrible la ceguera producida por los celos, en Otelo; deja al descubierto los trabajos de zapa llevados a cabo por la desenfrenada ambición, en Macbeth, y nos atormenta con las trágicas escenas de su Rey Lear. Todas estas obras estupendas fueron escritas entre 1600 y 1606. Siguió luego un período de descanso hacia los últimos días del gran poeta y terminó su gloriosa tarea con el delicioso y melancólico discreteo de Cimbelino, en Cuento de invierno y La tempestad.
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