Un hombre amante de la paz es obligado a combatir


Nació Marco Aurelio 121 años después de Jesucristo. En el año 161 fue emperador de Roma, y murió diez y nueve años después.

Guardémonos, sin embargo, de creer que, al tener en sus manos los medios ríe satisfacer sus deseos, era feliz.

En Roma ocurrían disturbios y, lejos de la patria, se sostenían guerras. Por eso, a pesar de que Marco Aurelio amaba la paz por encima de cualquier otro bien, no pudo pasarse la vida en un palacio o escribiendo su libro para no aburrirse. Todo lo contrario: escribió en los escasos intervalos que le dejaron sus campañas militares.

Educado desde su infancia en el amor al estudio, supo lo que significaba el poder e hizo buen uso de él. Cuando daba su opinión sobre un asunto cualquiera, lo hacía después de haber madurado los pensamientos. Un hombre pobre, que viva en una miserable choza, puede declarar que el poder y el dinero, el lujo, el fausto y la música de los festines, los ricos manjares y los honores de los hombres son cosas todas ellas despreciables. Puede tener razón, pero quizás no persuada; en cambio, los hombres estimarán mucho más esta afirmación, si viene de boca de un emperador que tuvo a su alcance todos los honores y todas las riquezas, y disfrutó de ellos.

Marco Aurelio, fue un niño de viva inteligencia, recibió excelente educación y muy pronto abandonó los estudios cortesanos, tales como el arte de hacer versos y de hablar con elegancia, para dedicarse por entero a la filosofía. Cuando sólo contaba once años de edad, comenzó a vestir el traje sencillo que usaban entonces los filósofos, y prefirió también la sencillez en todas las cosas del vivir. Filósofo moderado, sujetó su vida a una disciplina, alejándose de las diversiones y despreciando todas las vanas comodidades. El muchacho que así se trazaba una regla de vida estaba, sin embargo, destinado a ser emperador, dueño de uno de los más vastos imperios de la historia del mundo.

Marco Aurelio era partidario de la paz; pero el sino lo llevó a combatir. Muchas veces tuvo que luchar a lo largo del Danubio, poniendo a prueba su valor y capacidad. Pero cuando, en realidad, se muestra más grande para nosotros es en el momento de perdonar a sus enemigos; o cuando tuvo que sobreponerse a los estragos causados por una peste que se extendió desde Oriente a Italia. En una ocasión lo rodeó la traición de uno de los suyos, en quien tenía puesta la confianza; el ingrato se volvió contra él con objeto de arrebatarle la corona, pero fue muerto por uno de los leales; Marco Aurelio sólo sintió una pena: la de no haber tenido ocasión de perdonar al traidor, y destruyó por sí mismo todas las pruebas de la culpabilidad de otros, para que no pudieran ser condenados.