Marco Aurelio y su extraordinario libro
Nunca sabemos dónde se encuentra el verdadero filósofo. Puede ser un hombre que realiza las más simples tareas manuales, o el catedrático de una universidad; puede ser un humilde campesino y hasta un pensador elevado a la más alta dignidad del gobierno. Marco Aurelio fue el único rey-filósofo de la Edad Antigua, se ha dicho.
Pero nosotros sabemos que también hubo un gran monarca egipcio, hace ya muchos siglos, que a la vez fue un gran pensador. Este soberano se negó a adorar a los ídolos y profesó la religión monoteísta de Atón, dios único y abstracto, representado por los rayos vivificantes del Sol.
El nombre de este rey extraordinario es conocido de los historiadores del antiguo Egipto; se llamaba Akhnatón, y se le designa más comúnmente con el nombre de Amenhotep IV. También el emperador Akbar, que vivía en la India en el siglo xvi, fue un gran pensador. Reconociendo que en todas las religiones había un fondo de verdad, se mostró enemigo declarado de toda persecución. Como legislador, fue siempre muy justo y humano. Intentó enseñarle a su pueblo una nueva religión, resumen de todas las religiones, a fin de que terminaran para siempre las disputas. Dijo que en todo templo de todo país, sentían los hombres a su Dios, igual los mahometanos que los creyentes en la doctrina de Cristo. Y cuanto más sabemos de este notable soberano, más motivos hallamos para admirarlo. Por ejemplo, prohibió el matrimonio entre muchachos demasiado jóvenes, según era costumbre contraerlo en este país, e hizo respetar la vida de las mujeres viudas, que debían ser quemadas vivas inmediatamente después de haber muerto sus maridos, según otra antigua e inhumana práctica de la India.
Pero aquí vamos a tratar de un emperador y filósofo romano mucho más célebre. Sin embargo, de justicia era recordar igualmente al egipcio y al indio, para admirar a los tres por igual, puesto que los tres fueron grandes hombres que florecieron en épocas y lugares tan diferentes y distantes. De este modo logramos darnos cuenta de que muy raras veces ha ocupado el trono la sabiduría. Desde los comienzos de la civilización, es tan grande el número de reyes y emperadores que ha de producirnos extrañeza el que fueran tan escasos los filósofos entre ellos.
Tal vez el trono no es el lugar más a propósito para pensar; quizá teniendo un rey que atender a un asunto del momento y vigilar la conducta de los cortesanos lisonjeros y vencer a sus enemigos, carece de sosiego necesario para dedicarse a la meditación de otros problemas fuera de los del Estado. Por eso, con más razón debemos recordar los nombres de los tres citados monarcas: Akhnatón, Marco Aurelio y Akbar. A continuación estudiaremos al romano, quien aventajó a los otros dos al legar a la humanidad un libro maravilloso.
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