Enloquecidos de terror, los marineros se amotinan abierta y francamente


Entonces comenzaron a dolerse de su suerte las tripulaciones, arrastradas a aquella aventura. Tras de sí habían dejado en España cuanto amaban; estaban convencidas de que navegaban derechas a su destrucción; pero no a perecer ahogadas, peligro vulgar que amenaza a todos los navegantes, sino a una muerte terrible, que las fuerzas sobrenaturales desencadenarían sobre ellas por atreverse a desafiar la cólera del cielo.

Los marineros prorrumpieron en amargas lamentaciones y empezaron a sollozar como niños. Colón hizo cuanto pudo para fortalecerlos, dándoles seguridades de que el éxito más lisonjero coronaría sus esfuerzos, y prometiéndoles una rica y gloriosa recompensa. Ordenó a las otras dos carabelas que, si se separaban por un motivo cualquiera, navegasen 700 leguas marítimas hacia el Oeste, y después de recorrer esta distancia, permaneciesen en lo sucesivo paradas desde las doce de la noche hasta que amaneciese el día, porque a esa distancia, decía, debía ya descubrirse la tierra. No tardaron las brújulas de a bordo en dar muestra de anormalidades extrañas, dejando de señalar invariablemente hacia el Norte, lo cual llenó de terror a los marineros. Si ésta, que era su única guía, mostrábase perpleja y les fallaba en aquellas aguas extrañas, ¿adonde volverían la vista pidiendo socorro?

Colón les dijo que la variación que observaban era debida a que la estrella Polar completa una revolución cada día alrededor del polo Norte. Logró aplacarlos con esto por espacio de algún tiempo, pero sus temores crecieron nuevamente al observar que pasaban días y días sin que se descubriera ninguna tierra. La vista de aves extrañas y los contornos de las nubes que, a lo lejos, en el horizonte, tomaban a veces por perfiles de costas, hacíanles concebir esperanzas que, al resultar fallidas, aumentaban la magnitud de la decepción que sufrían, culminando sus aprensiones el día en que penetró el buque en una extensa masa de algas flotantes. Inmediatamente bautizó Colón este lugar con el nombre de Mar de los Sargazos, el cual constituye una de las maravillas al par que uno de los mayores terrores del océano Atlántico, y consiste en una masa de algas flotantes, de una extensión tan grande como casi toda Europa, y de cuyo fatal abrazo no se escapa ningún buque de vela que penetre en sus aguas.

Pensaron los marineros que aquél debía de ser el principio del inmenso pantano en que se suponía que terminaba el mundo y comenzaba la morada de los demonios. Colón logró poner en franquía sus naves, antes de que se engolfasen en aquel mar; pero tropezaron luego con otra causa para preocuparse. Les era favorable la brisa en tales términos que los marineros, que ignoraban en absoluto el régimen de los vientos en el Atlántico, decían: “Si la brisa sopla siempre en esta dirección, ¿cómo ha de ser posible que regresemos a España jamás?”

Enloquecidos finalmente de terror, los marineros pasaron de las murmuraciones aisladas al motín abierto y franco. Decían que eran conducidos por un loco que sólo pensaba en adquirir notoriedad, lo veían dispuesto a comprarla al precio de la vida de todos ellos, y propusieron arrojarlo al agua y decir, a su regreso, que se había caído al mar. Nadie, pensaban, se interesaría por la vida de un navegante visionario, cuyos planes no habían sido favorecidos por el éxito.