¡El mar, el mar!
Relata Jenofonte, en su libro Anúbasis que cuando los restos de los diez mil griegos por él acaudillados llegaron, después de una larga y penosa marcha desde la Mesopotamia, adonde habían acudido en auxilio de Ciro el Joven, en guerra con su hermano Artajerjes, a orillas del mar Negro, prorrumpieron en jubilosas exclamaciones: ¡El mar, el mar!
Esta locución se utiliza para destacar que se ha logrado, por fin, lo que fue deseo acariciado durante mucho tiempo.
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