Un encuentro que cambió el destino de Murillo
Tal vez Murillo no habría salido de su condición de pintor de feria de no haber mediado el encuentro casual con un antiguo compañero del taller de Castillo, llamado Moya, quien durante su actuación en las campañas de Flandes conoció la pintura de van Dick. Entusiasmado con ella, se dirigió a Inglaterra, donde el artista flamenco residía como pintor de la corte, para que lo admitiera como discípulo en su taller.
De regreso a su país, Moya mostró a Murillo algunas de sus telas pintadas, deslumbrándolo con su nuevo estilo; éste, después de confiar su hermanita a Moya, desapareció de Sevilla por espacio de tres años, al cabo de los cuales volvió para instalarse en una hermosa casa de uno de los mejores barrios de la ciudad.
En esos días ciertos monjes mendicantes buscaban un artista para decorar con once cuadros los claustros de su convento, pero, como la paga que ofrecían era muy escasa, nadie quiso aceptar la comisión, hasta que alguien recomendó a Murillo. Los monjes, que lo conocían como pintor de feria, pusieron reparos, pero finalmente tuvieron que encargarle el trabajo. Varias semanas después resolvieron ir al convento para ver cómo marchaba la obra y dispuestos a pasar un buen rato, riéndose de sus defectuosos dibujos y colores chillones; pero cuando vieron los cuadros, se llevaron una sorpresa, porque no se parecían en nada a lo que conocían de Murillo.
Todos se preguntaban qué es lo que había pasado, y Murillo explicó que de los tres años de ausencia dos había estado en Madrid junto a Velázquez, al cabo de los cuales el mismo Velázquez le costeó un viaje a Italia para que estudiara los grandes pintores de las escuelas italianas.
La gracia del nuevo estilo y la belleza del colorido de sus obras eran superiores a los de cualquier pintor de su época; como novedad usó un extraño matiz dorado, suave y luminoso, que parecía el aire mismo del cielo. Algunos de esos cuadros representan niños pordioseros pidiendo pan; eran los mismos niños que tantas veces había reproducido en la feria de los jueves, pero su maravilloso pincel habíalos convertido ahora en una verdadera expresión de arte, plena de sugestivo realismo.
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