Roque Sáenz Peña dio al ciudadano argentino la llave de la democracia argentina


A pesar de la denodada lucha de grandes varones en favor de las instituciones democráticas, la vida política argentina adolecía de un mal capital: en las elecciones faltaba la voz del pueblo. Los futuros gobernantes se presentaban en los comicios ya “elegidos” previa y privadamente en conciliábulos políticos.

Si bien esta ficción democrática llevó al poder, en ocasiones, a algunos hombres brillantes, estuvo lejos de satisfacer a la opinión pública, que ya desde las jornadas revolucionarias de 1890 reclamaba una ley electoral en la que se contemplaran las exigencias populares, cada vez más apremiantes. Correspondió al presidente Roque Sáenz Peña, en 1912, la histórica misión de entregar al país la ley electoral que lleva su nombre y por la cual se! garantiza al pueblo el sufragio libre, secreto, obligatorio y universal para todos los varones en edad electoral. La ley Sáenz Peña rompió la continuidad política, y la figura romántica de su gestor se proyectó sobre las generaciones futuras. De este modo los núcleos opositores tuvieron acceso al Parlamento y al gobierno.