La última de las grandes civilizaciones de la América autóctona


La de los aztecas o mexicas fue la última de las grandes culturas autóctonas de América prehispánica. Tuvieron su centro político-religioso y cultural en la gran Tenochtitlan, en el valle de México, región que ya anteriormente fuera cuna de otras civilizaciones adelantadas.

Se acepta en general que los aztecas residieron primitivamente en Aztlán, lugar de las garzas, junto a las siete tribus nahuatlacas, y que hacia el siglo IX comenzaron a desplazarse, hasta llegar al valle de México en el comienzo del siglo XIII. Su primer asiento fue Chapultepec, y en 1325, según lo previsto por las profecías de Huitzilopochtli, dios de la guerra y guía de su pueblo desde que abandonaron Aztlán, fundaron una ciudad sagrada donde vieron a un águila devorando una serpiente sobre un nopal. Ello ocurrió en un islote, y al extenderse, la ciudad sobrepasó tan estrechos límites, de modo que no pasó mucho tiempo sin que todos los islotes del lago, unidos por puentes, calzadas y otros medios ingeniosos, formaran una gran urbe, capital del imperio azteca, a la que llamaron la Gran Tenochtitlan. Todas las tribus vecinas fueron sometidas por los progresistas y combativos mexicas después del reinado de Acamapichtli, su primer rey, al que la tradición asigna el papel de iniciador de la civilización azteca. Otro rey, Itzcóatl, dio las leyes de organización a su pueblo y lo liberó de la dominación que sobre él y todos los del valle ejercían los tepanecas. Itzcóatl se alió con los reyes de Texcoco y Tacuba, constituyendo la Triple Alianza del Anáhuac, que resurgiría en los momentos postreros del imperio para luchar contra los españoles. Otros reyes mexicas extendieron el dominio del imperio, y llevaron las armas triunfantes hasta Puebla, Tehuantepec, la Mixteca y Guatemala. Al mismo tiempo, se elaboraba la cultura, y la Gran Tenochtitlán se embellecía con templos y palacios, canales, acueductos para la introducción de agua potable y diques para contener las crecidas y prever inundaciones, lo que habla bien claramente de la avanzada técnica de los aztecas. El templo mayor o Gran Teocalli, construido en 1482, era una pirámide de varios cuerpos dedicada a Huitzilopochtli; también contenía adoratorios de Tláloc, dios de la lluvia, y de Quetzalcóatl, dios de la vida y de las artes. Concebían la existencia de un dios supremo creador, al que llamaban Tloque-Nahuaque, aquél por quien todos viven, y al que no se podía representar.

El poderío azteca había alcanzado ya su máximo esplendor cuando Moctezuma II, en 1502, ascendió al trono. La mayor parte del suelo que hoy ocupa el centro y el sur de la república mexicana estaba bajo su dominio; los pueblos avasallados entregaban tributos que impulsaron grandemente el desarrollo de quienes habían tenido tan humilde origen.

Durante el prolongado sitio que Hernán Cortés puso a Tenochtitlán en 1521, la gran ciudad fue casi totalmente destruida, sus templos y palacios arrasados; la ciudad entera fue sepultada totalmente, poco después, bajo las toneladas de argamasa de las nuevas construcciones de los españoles. Ya en nuestros días, al remover antiguas construcciones o excavar a gran profundidad para echar los cimientos de los modernos rascacielos, se han encontrado en diversos sitios de la ciudad de México estatuas, monumentos, ídolos, reliquias de todo orden, único resto de un pasado esplendor; entre ellos se destaca la Piedra de los Sacrificios; los motivos trabajados en cristal de roca y obsidiana; la célebre Piedra del Sol, o calendario azteca, cada uno de los cuales constituye un monumento arqueológico de valor universal.

La edificación de una ciudad sobre los islotes y las aguas de un lago, así como la grandiosidad y belleza de sus construcciones, plazas y jardines, demuestran el dominio que los aztecas habían llegado a alcanzar como arquitectos e ingenieros.

No menos admirables fueron sus conocimientos astronómicos, su escritura jeroglífica, sus esculturas y cerámica, y su música, que hasta hoy influye en el folklore mexicano. Conforme se hacen excavaciones en el subsuelo de la ciudad moderna, surgen nuevas pruebas del esplendor de la última y grandiosa civilización autóctona americana.