Heroísmo y martirio de Cuauhtémoc. El águila que cae


Llegado el momento, los españoles embistieron, a la vez, por las calzadas y por el lago; Cuauhtémoc se dispuso a resistir el sitio, que duró ochenta días; los mexicas defendieron palmo a palmo su hermosa capital, dirigidos y alentados por su joven emperador. Varias conminaciones de rendición que el conquistador les dirigiera fueron altivamente desdeñadas, pese a que el agotamiento, las enfermedades y el hambre se enseñoreaba de ellos más que los mismos invasores. Por fin, el 13 de agosto de 1521, cuando prácticamente la ciudad entera se hallaba en ruinas, y los últimos guerreros de Tenochtitlán, heridos, extenuados por falta de alimento y agua, eran exterminados junto a los canales ya colmados de cadáveres, el emperador Cuauhtémoc fue capturado en momentos en que con sus últimos capitanes y su familia disponíase a abandonar la ciudad para continuar la resistencia desde el interior. Llevado ante Cortés, dijo el joven emperador, al tiempo de extender la mano hacia el puñal del conquistador: “Malintzin, puesto que he hecho cuanto cumplía en defensa de mi ciudad y de mi pueblo y vengo por fuerza y preso ante tu persona y poder, toma este puñal y mátame con él”.

Empero, no oyó Cortés esta súplica, sino que dispuso conservar la vida del joven. Diéronse luego los españoles a la caza de tesoros, y una vez enviado a España el quinto que por capitulaciones correspondía al monarca, se fundió el restante y se hizo la repartición. Los soldados no quedaron conformes, y acusaron a Cortés de estar de acuerdo con Cuauhtémoc para ocultar el tesoro imperial; quejáronse al tesorero del rey y obtuvieron de este funcionario que exigiera al conquistador diera orden de aplicar tormento al emperador depuesto, para que así confesara el lugar donde ocultaba el pretendido tesoro. Viose constreñido Cortés a cumplirlo, y el desdichado cautivo, junto al príncipe de Tlacopán, sufrieron la exposición de la planta de sus pies al fuego lento, después de habérselas untado con aceite. Ni una palabra se obtuvo de los estoicos indios; Cuauhtémoc quedó lisiado, y poco después murió en la horca por órdenes de Cortés, quien acusábalo de conspirar para lograr la restauración de su poder.

La gran Tenochtitlán quedó tan destruida, que Cortés hubo de instalar la sede de su gobierno en Coyoacán; allí se constituyó el ayuntamiento que gobernaría la ciudad de México, cuya reconstrucción sobre modelo europeo se encaró a poco.

El país quedó incorporado a los dominios del rey de España; poco a poco se fundaron nuevas colonias en Yucatán y Honduras, buscando un paso al Pacífico; las exploraciones de Cortés llegaron hasta el golfo de California. Legiones de misioneros trabajaron empeñosamente para convertir a los naturales; el celo demostrado por los sacerdotes condujo, desgraciadamente, a la destrucción de todo aquello que, por pertenecer a la civilización azteca, podía entorpecer la rápida adopción de la fe católica: templos, ídolos, monumentos, inscripciones, etc., cayeron así al empuje de los hombres nuevos.