La revolución de los restauradores, carácter de la dictadura de Rosas


El general Juan Ramón Balcarce había sucedido a Rosas al expirar su mandato. Durante la ausencia del Restaurador, en marcha hacia el río Colorado, se produjo una crisis dentro del Partido Federal que motivó el distanciamiento de los “resistas” del gobierno, y que culminó con la llamada “revolución de los Restauradores”, durante cuyas acciones el general Ángel Pinedo, al frente de milicias y pueblo, exigió la dimisión del gobernante. La Legislatura designó entonces al general Viamonte, quien gobernó durante 8 meses. El 30 de junio de 1834 la Legislatura designó gobernador y capitán general de la provincia a Rosas, pero éste renunció por tres veces consecutivas, ante otras tantas designaciones, y lo mismo hicieron las personalidades sucesivamente propuestas; entonces se decidió que el presidente de la Sala, don Manuel Vicente Maza, se encargara del Ejecutivo.

Una circunstancia fatal conmovió al país: el general Quiroga, comisionado por el gobierno de Buenos Aires para mediar en un entredicho armado surgido entre los gobernadores de Tucumán y Salta, general Alejandro Heredia y don Pablo Latorre, cayó asesinado en Barranca Yaco (Córdoba), cuando regresaba a la capital, cumplido su cometido.

El gobernador provisional creyó conveniente urgir a la Sala la designación del magistrado titular, y renunció a su cargo. Un apasionado debate se abrió entonces sobre la necesidad de dotar de plenos poderes al nuevo magistrado que se designara, y el 7 de marzo de 1835 se votó una ley que otorgaba la suma del poder público, durante cinco años, al gobernador y capitán general de la provincia que resultara elegido por la Sala, con cargo de rendir cuentas a la Legislatura al término del período. Luego se procedió a la elección, y Rosas fue designado, pero exigió que, en razón de la magnitud de los poderes que se le concedían, se llamara a plebiscito. La mayoría fue abrumadora a favor de su investidura, y el 13 de abril asumió el poder.

Tiempos difíciles corrían entonces, no sólo para la joven Nación Argentina sino también para el mundo entero; Europa se agitaba en luchas ideológicas, y el absolutismo monárquico daba sus últimos y sangrientos golpes para anonadar la voluntad de los pueblos.

En los países del Plata, recientemente liberados de la sujeción hispánica, esas luchas tuvieron funesta repercusión, agravada por la intervención de dos potencias europeas interesadas en su expansión imperialista. Esta última circunstancia da a la época de Rosas su más característica nota: durante la mayor parte de su gobierno debió luchar contra levantamientos interiores y agresiones externas, casi siempre estrechamente vinculadas entre sí.

Las luchas que libró contra Francia e Inglaterra, y la represión de los levantamientos, impusieron al gobierno de Rosas una dureza tremenda, no siempre reconocida como justificada por las circunstancias; empero, aun algunos de sus más enconados adversarios tuvieron que aplaudir la firme actitud con que opuso las débiles fuerzas de la Confederación Argentina a las temibles escuadras de las dos naciones más poderosas de la tierra en ese momento, y no en vano el general San Martín lo instituyó heredero de su sable libertador en mérito a tan ejemplar firmeza.