La organización política y social de los incas, modelo entre las culturas americanas


La población del imperio incaico estaba repartida en cierto número de niveles o clases sociales, a la cabeza de las cuales se hallaba la nobleza, compuesta por la familia real, los altos jefes militares y los grandes caciques de pueblos sometidos por los incas; los españoles los llamaron orejones, pues en razón de utilizar unos adornos de oro, se les producían deformaciones del lóbulo de la oreja. La clase sacerdotal le seguía en orden de preponderancia social, y, finalmente, integraban la tercera los demás miembros del pueblo, agrupados de manera decimal, y divididos en llactarunas, o habitantes de centros urbanos; mitimaes, o personas de habitat ambulante; yanaconas, o trabajadores rurales, y huallavisas, o soldados rasos, que en época de paz se sustentaban trabajando como labradores.

El Inca se consideraba descendiente del Sol, lo mismo que la coya, o soberana; las ñustas, princesas de sangre real; los príncipes, a la vez altos jerarcas del ejército, y los curacas, antiguos jefes de pueblos absorbidos por la conquista incaica; también el huillacumu, o sumo sacerdote, se decía de origen solar. La mayor parte de los miembros del cuerpo sacerdotal, que actuaba en forma preponderante en la celebración de los ritos religiosos, se designaba entre los miembros de la casa imperial.

El emperador inca en persona o miembros de su linaje dirigían siempre las acciones bélicas.

La actividad económica del país era casi una función pública. Las tierras eran propiedad del Estado, y su distribución se reglaba de acuerdo con la siguiente clasificación: tierras del Sol, cuyo producto se destinaba a la manutención de los templos, de los colegios sacerdotales y, en general, para subvenir las necesidades del culto; tierras del Inca, que proveían los recursos de la familia imperial y sus allegados, y llenaban los graneros del ejército, además de aquellos destinados a momentos de crisis, por sequías o calamidades derivadas de contratiempos naturales o de la guerra; las tierras del pueblo eran aquellas cuya repartición se hacía entre la comunidad, de acuerdo con el número de hijos de cada jefe de familia. Correspondía un topo por cada varón y medio topo por cada mujer. El topo era una unidad de superficie equivalente a 1.956 metros cuadrados. El hijo que se emancipaba de la tutela paterna tenía derecho a contar con el topo que le correspondiera antes; no así las hijas, que debían participar del topo de su marido. Los topos no podían venderse ni transferirse, pues eran de propiedad estatal. Además de trabajar los suyos respectivos, el pueblo debía laborar los terrenos del Sol, los del Inca y los de los soldados, cuando éstos se hallaban en campaña. Como la reglamentación del trabajo se cumplía rigurosamente, y todas las contingencias estaban sabiamente previstas, cada cual actuaba según sus posibilidades de producción, y no había aprovechados ni explotados. Todo trabajo redundaba en bienestar de la comunidad y, por lo tanto, de cada uno de sus integrantes en la proporción fijada. Empero, lo obtenido del campo particular era enteramente de propiedad y usufructo del propietario. De los bienes comunes se destinaba una parte a los inválidos y ancianos. Para la explotación ganadera, la elaboración y la distribución de vestidos se seguían los mismos principios y regían similares disposiciones.

Naturalmente, para que este régimen colectivista pudiera subsistir, era necesario que existiera una severa legislación que penara a los infractores, a los que de una manera u otra actuaran en daño de los intereses colectivos; en general, a los culpables de robo de los bienes comunes se los castigaba con la muerte; de igual modo se procedía con el que destruía un andén de cultivo, el que desviaba u obstruía un canal de riego, el que incendiaba un campo a punto de cosechar o un granero colmado. La justicia era administrada por el Inca en persona, asistido por un consejo de ancianos nob2es.

La agricultura fue la base de la riqueza incaica; aprovecharon hasta el más reducido recoveco de tierra fértil para sembrar maíz, el producto esencial; la patata, el algodón, el maguey, la coca y el plátano. La actividad agrícola estaba considerada honrosísima, a tal punto que el Inca en persona inauguraba anualmente la época de las labores de siembra, trabajando a la par de sus hijos en las tierras del Sol.

Los principales animales en cuya crianza se ocuparon fueron la llama, la alpaca, la vicuña y el guanaco, que domesticaron para utilizarlos también como bestias de carga, aunque no como cabalgaduras, porque ninguno de ellos podía soportar el peso de un hombre. Todos los viajes los hacían a pie, salvo los miembros de la casa imperial, que solían marchar en literas. Los chasquis eran mensajeros que llevaban las noticias importantes a través del imperio, recorriendo velozmente grandes distancias, por un sistema de postas.