La gran civilización del Tahuatinsuyo, culminación de un proceso cultural
Se han fijado en el siglo xi de nuestra era los comienzos del imperio incaico. Quiere la leyenda, recogida por los cronistas hispánicos, que la fundación de la primera dinastía inca y el establecimiento del imperio sean obra de Manco Cápac, primer rey de la primera dinastía inca, y Mama Ocllo, los cuales fueron enviados a la Tierra por el dios Huiracocha para poner fin a las desgracias de los hombres, para que les enseñasen la adoración debida al dios solar y a vivir con arreglo a leyes morales; Manco Cápac enseñaría a los hombres cómo construir sus casas y ciudades, cómo labrar la tierra; las mujeres aprenderían de Mama Ocllo el tejido y el hilado. Huiracocha entregó a Manco Cápac y Mama Ocllo una varilla de oro y les ordenó que, allí donde la tierra cediera y la varilla se enterrase blandamente, echaran los cimientos de la capital del imperio. Hiciéronlo así los enviados del dios, con el resultado de ser el Cuzco el lugar que cumplió las exigencias de Huiracocha. Levantóse pues allí la ciudad imperial, y se sucedieron uno tras otro catorce soberanos, que llevaron el título real de Inca. Manco Cápac fue el primero de ellos. El máximo esplendor fue alcanzado por el imperio durante los reinados de Pachacuti o Pachacútec, Túpac Inca Yupanqui y Huayna Cápac. Al primero se le atribuye la organización administrativa y político-social del imperio, así como la construcción de las grandes obras arquitectónicas, andenes, canales, templos y palacios, obras defensivas, fortalezas y calzadas. Túpac Inca Yupanqui y Huayna Cápac fueron los reyes guerreros que procuraron y lograron incorporar al ya extenso Imperio del Sol nuevos territorios, de tal modo que al producirse la irrupción de los conquistadores españoles, los límites del Gran Tahuantinsuyo llegaban hasta el río Ancashmayo o Azul, en el Norte, en la actual Colombia, y el río Maule, en Chile, hacia el Sur. También se relata que durante el reinado de Túpac Yupanqui se hizo a la mar una expedición que alcanzó las islas de Oceanía, y por el Oriente penetróse en la selva amazónica, a cuyo borde se estableció una cadena de fortines militares cuyos restos cubren hoy la llamada Ceja de la Montaña.
Huayna Cápac, cuyo nombre significa “El Joven Poderoso”, llevó el imperio a su apogeo. Penetró en el Ecuador y dominó a la nación de los quitos, a una de cuyas princesas tomó por mujer. De esta unión nació un infante, que sería con el correr del tiempo el desgraciado inca Atahualpa, muerto por los españoles.
Después de completar su acción militar, Huayna Cápac dedicóse a dictar leyes de gobierno y aceleró la construcción de caminos militares que unían a Cuzco con las cuatro regiones de su vasto imperio. Los anales tradicionales han recogido las leyendas que circulaban de generación en generación, acerca de la generosidad de este soberano para con su pueblo, y de la magnificencia de sus fiestas, para una de las cuales, en que se celebraba la pubertad de su hijo el príncipe Huáscar, hizo construir una cadena de oro, que sostuvieron doscientos guerreros jóvenes, para marcar el perímetro del sitio destinado a las danzas rituales de los adolescentes.
La muerte de Huayna Cápac trajo el principio de la decadencia del Gran Tahuantinsuyo, pues se suscitaron luchas fratricidas entre sus hijos Huáscar y Manco, de la casa real del Cuzco, y Atahualpa, de la casa real de Quito.
Varias batallas se sucedieron, pero prevaleció finalmente Atahualpa, que desde Quito logró avanzar hacia el Sur incorporando a su corona los territorios que conquistaba. Mientras se hallaba en Cajamarca, Atahualpa se enteró de la llegada de los españoles; Francisco Pizarro acababa de desembarcar en Tumbes y desde allí marchó sobre Cajamarca, donde apresó al monarca por medio de un ardid; se prometió a Atahualpa que recobraría la libertad si pagaba un rescate en piezas de oro y plata, hasta llenar una habitación con las primeras y dos con las segundas. Todos los súbditos del joven rey prisioneros desfilaron ante los invasores acarreando objetos y más objetos de metal precioso, hasta que quedó cumplido lo estipulado. Pero Pizarro no liberó a Atahualpa; antes bien, conociendo que su presencia significaría un obstáculo en sus propósitos de conquista del reino peruano, hízole formar proceso y ejecutar, en cumplimiento de la sentencia, el 29 de agosto de 1533, mediante el atroz suplicio conocido como pena de garrote.
Así, trágicamente, concluyó la poderosa dinastía de los incas.
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