Las altas culturas indígenas del perú en la época precolombina. Sus mutaciones


Mucho antes de que el español hollara el suelo americano, floreció en el Perú una civilización indígena que alcanzó un nivel tan alto como aquellas del valle del Nilo o de la Mesopotamia. Esa civilización fue la de los incas, cuyos orígenes ubican los arqueólogos hacia el siglo xi de nuestra era. No fue, sin embargo, la única, sino el punto más acabado de evolución que los pueblos precolombinos alcanzaron. Muchos siglos antes, en la región de la costa, el hombre prehistórico del Perú construía las primeras fortalezas, túmulos fúnebres y adora-torios, obra de los tallanes, los mochicas, los protochimus y finalmente de los chinchas, pueblos todos que, después de cruentas guerras, se confederaron y mezclaron, y así dieron origen a las grandes culturas. Éstas fueron: en la costa, la del país chimú; su capital fue la ciudad de Chanchán, cuyas ruinas se hallan en las proximidades de la actual Trujillo; y la de los nazcas, con su ciudad sagrada, Pachacámac. En la sierra, el grupo indígena más importante fue el cíe los quechuas, cuya capital, la ciudad arcaica de Pacaritambo, fue un poderoso centro desde el cual se expandieron luego por toda la región del valle de Cuzco, base sobre la cual se asentaría luego el Imperio Inca. Empero, antes hubo de experimentarse el primer intento de unificación que llevaron a cabo los chimús, quienes constituyeron un imperio preincaico: el Gran Chimú. Contaba con un poderoso ejército, equipado con escudos, rodelas y cascos de metal; ya en su época se iniciaron los grandes trabajos de regadío y de contención de la tierra fértil en las laderas de las montañas (andenes o terrazas de cultivo). Dejaron además interesantes muestras de su industria cerámica, entre las que se destacan máscaras humanas que representan estados de ánimo: dolor, alegría, angustia, terror, duda, cólera, éxtasis, en fin, la mayor parte de las emociones que el hombre experimenta.

El Gran Chimú cayó ante la expansión de otro núcleo indígena, el de los aimaraes, cuyo centro de dispersión, y a la vez capital religiosa, fue la ciudad de Tiahuanaco, en el altiplano actualmente boliviano, próximo al lago Titicaca. La expansión de los hijos de Huiracocha, así llamado el dios supremo de los aimaraes, se realizó de Sur a Norte y llegó hasta el territorio que hoy ocupa la República del Ecuador. El gran imperio de Tiahuanaco alcanzó su apogeo allá por el quinto siglo después de Cristo; su poderío aún se manifiesta ante nuestros asombrados ojos, en las colosales muestras de su arquitectura, que podemos apreciar en las ruinas de sus Kalasayas, templos solares abiertos, semejantes a aquellos que los egipcios levantaron en las primeras dinastías. La imagen de Huiracocha, el Supremo Hacedor, con sus dos cetros y sus atributos felinos; o las del cóndor, la serpiente y el puma, estilizados casi geométricamente, pueden hallarse en una amplísima área, desde el norte de la República Argentina hasta Ecuador, como hitos que, a través del tiempo, señalan la presencia de los poderosos guerreros conquistadores que fundaron el imperio sacro de Tiahuanaco.

Tres siglos más tarde, el imperio de Huiracocha comenzó a disgregarse, y los pueblos que su poder había unido fueron recobrando a poco su propio destino. Entre todos ellos fue el más afortunado el de los quechuas, que, confederados con algunos de sus vecinos, constituyeron un poderoso núcleo político cuya capital establecióse en las alturas de Machupicchu, sobre el río Urubamba; sus ruinas asombran, pues para construir la ciudad-fortaleza hubieron de transportar y elevar enormes bloques pétreos a alturas vertiginosas; para tales tareas deben de haber contado con algún recurso mecánico del orden de las poleas, las palancas o similares. Contemporáneamente se elevó, camino al Cuzco, la fortaleza de Ollantaytambo, que, con otras defensas, hizo realmente inexpugnable el dominio territorial de los quechuas. Casi al mismo tiempo se constituyó en el Cuzco el llamado Imperio Preincaico, que fue presa de la admirable organización y tremendo poderío militar de los quechuas de Machupicchu, no sin antes haberse empeñado entre ambos sangrientas batallas, en las que prevaleció la mejor organización bélica de estos quechuas. La expulsión de los últimos collaay-maraes del Cuzco y la extensión de los señores de Machupicchu sobre el territorio que aquéllos dominaran marcan el momento de la fundación del Gran Imperio de Tahuantinsuyo, comúnmente conocido bajo el nombre de Imperio de los Incas.