La vida colonial en Chile durante los siglos XVI, XVII y XVIII


Los españoles no fueron reacios a mezclar su sangre con la de los pobladores de América. En consecuencia, poco tiempo después de la conquista una creciente cantidad de mestizos de sangre hispano-indígena formaba la parte más numerosa de la población del reino de Chile, y lo mismo sucedía en otras regiones del Nuevo Mundo. Los criollos, esto es, los hijos de españoles nacidos en suelo americano, también fueron muchos y socialmente mejor vistos que los mestizos; empero, los cargos públicos eran desempeñados predominantemente por peninsulares, hasta muy avanzado el siglo xviii. Sólo con el advenimiento del régimen independiente, la igualdad para el desempeño de la función pública fue total, y aun así, los apellidos aristocráticos se sucedieron sin pausa en las altas magistraturas hasta muy avanzado nuestro siglo.

La vida de los habitantes del Chile colonial comenzaba, en las ciudades, cuando las campanadas de la iglesia repicaban para anunciar el alba; las mismas campanas marcaban el fin de la jornada diaria con el toque de queda, y entre uno y otro las distintas etapas del día.

El clero tuvo un papel destacado en la sociedad chilena desde los albores de la conquista, en cuyas huestes alzaron la cruz para infundir la fe de Cristo, o la espada para defender sus vidas y las de sus semejantes. Tampoco hurtaron el cuerpo a las responsabilidades cuando hubieron de defender a los humildes contra las exacciones de algunos encomenderos inescrupulosos.

Las celebraciones religiosas constituían los festejos públicos de mayor significación, y daban lugar a espectáculos en verdad extraordinarios, como la procesión del Corpus Christi, a la que concurrían los gremios con sus pendones profesionales, amén de una cantidad de máscaras que representaban las fuerzas infernales y pecaminosas sobre las que finalmente imponíase Jesús Sacramentado; no faltaban gigantes, enanos y cabezudos, muñecos articulados que gesticulaban, movían los brazos y representaban pantomimas, dando un aire un tanto carnavalesco a la celebración, lo que, empero, no disminuía un ápice el fervor religioso con que se observaba la fiesta del día.

Otros acontecimientos cívicos o festivales religiosos daban origen a una serie de entretenimientos a los que pasado el tiempo se aficionaron desmedidamente los chilenos: las riñas de gallos, las carreras de caballos, las lidias de toros, la pelota; el juego de bolos era en verdad el más popular entre los muchachos del pueblo; los mayores se inclinaban más a los juegos de naipes y a los dados, que más de una vez fueron combatidos enérgicamente por las autoridades, tanto civiles como eclesiásticas, de Chile, En cuanto a la vida cultural, ella comienza cuando se instalan las comunidades religiosas, que establecen los centros de instrucción en las primeras letras. La particular situación de los colonizadores chilenos, que más que los de cualquier otra región sudamericana se vieron en la obligación de luchar constantemente contra. los bravísimos indios araucanos, hizo que se prolongara la etapa de “campamento militar”, primera fase de la evolución de los establecimientos urbanos fundados por los españoles. Con todo, la preocupación por la enseñanza de la lectura y la escritura a los jóvenes no fue nunca desechada, y el cabildo de Santiago dictó providencias que autorizaban a varios como maestros de enseñar niños; ni aun los naturales quedaron al margen de esta preocupación alfabetizante: en 1697 se estableció en Chillan una escuela destinada a educar a los jóvenes guerreros de Arauco.

Las escuelas de primeras letras establecidas por el cabildo o por las comunidades religiosas eran públicas y gratuitas para los pobres; los maestros eran tanto clérigos como laicos. Los hijos de personas pudientes pagaban una contribución para el mantenimiento de la escuela; como retribución simbólica se les daban los primeros asientos y se los trataba de usted; los negros no se educaban en las escuelas. El programa de estudios no era muy intenso ni muy variado: lectura, escritura, las cuatro operaciones aritméticas, gramática y catecismo. Para fijar la idea nueva en el niño, recurríase al expediente de la memorización, a la que se trataba de llegar repitiendo una y cien veces un concepto, hasta que era aprendido.

La disciplina que se imponía a los estudiantes era muy severa, a tono con la que en la misma época se practicaba en las naciones más adelantadas del orbe.

La universidad abrió sus puertas hacia 1738 con el nombre de universidad de San Felipe, en loor del monarca reinante: constaba en sus orígenes de cuatro facultades, en las cuales todos los estudios debían hacerse en latín, por mandato real; teología, derecho, medicina y matemáticas fueron las carreras universitarias que a partir de la administración del gobernador Domingo Ortiz de Rozas pudieron seguir los chilenos.

La enseñanza que hoy llamaríamos secundaria fue iniciada por los dominicos y seguida por los jesuitas, a fines del siglo xvi; la universitaria se limitó durante mucho tiempo sólo a las cátedras que se dictaban en los seminarios, cuyo título máximo expedido era el de doctor en teología.

Los libros y las bibliotecas no abundaban, pues la censura ejercía una rigurosa vigilancia, según la práctica corriente en la mayor parte de las naciones europeas en aquel momento.

Empero, ya en el siglo subsiguiente, fueron los mismos hombres de la Iglesia los que introdujeron las obras que influirían en la formación de los hombres de la revolución chilena.