Descripción de algunos animales fabulosos
Pero nuestros antepasados no temían solamente a los dragones; creían que el basilisco era un animal mucho más temible aun. Considerábasele como el rey de los reptiles, y se suponía que era producto del huevo de un gallipollo incubado por una serpiente, teniéndole ya, sólo por esta circunstancia, un supersticioso terror. Decíase que una mirada de los terribles ojos del basilisco era capaz de matar a un hombre, siendo tal la cantidad de veneno del que se lo creía dotado, que infestaba el aire con él, de suerte que todos los seres que había en su cercanía, plantas, hierbas, bestias y aves, morían sin remedio. Pero, en verdad, este espantoso monstruo no era más que un inofensivo lagarto que se alimentaba de pequeños insectos y seres que frecuentaban el agua y el follaje en que vivía.
Esto nos da una idea de la facilidad con que nuestros antepasados se asustaban de los más inocentes animales. Creían en la existencia de unos seres llamados sátiros, que tenían cabeza, cuernos, piernas y pezuñas de cabra, y de hombre el resto del cuerpo. Corría también toda suerte de historias espantosas de hombres con rabo y cubiertos de pelo, que ahora sabemos no eran más que narraciones desfiguradas relativas a los simios de gran tamaño. Pocas son las personas que hoy día no se hallan familiarizadas con la idea de la esfinge; y cuando hablamos de ella, acude al punto a nuestra mente la imagen de una cabeza colosal que se alza en los arenales de Egipto. En la antigüedad, sin embargo, era la esfinge algo que causaba verdadero terror a los hombres. La miraban como un ser viviente, como un animal que tenía la cabeza y el rostro de persona humana, el cuerpo de león, las alas de ave gigantesca y la cola de dragón.
Pero el grifo era todavía más temible: su cabeza y cuello eran de águila, de tamaño cien veces aumentado, y su cuerpo de león, pero de proporciones ocho veces mayores que las del león ordinario. Las garras del grifo, según la vulgar creencia de tiempos pasados, alcanzaban las dimensiones de los cuernos de un buey, siendo tan enormes sus huesos, que de sus costillas se hacían arcos para los más corpulentos guerreros. No es de extrañar que si los pueblos de Europa creían en estos monstruos, creyesen los orientales en el roe, ave gigantesca, que se llevaba volando a muchos personajes de los cuentos de Las Mil y una noches.
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