El canal de Suez separó totalmente a dos continentes
Suez fue una de las obras más espectaculares que realizó la humanidad durante el siglo xix. Atraviesa el istmo del mismo nombre y pone en comunicación el mar Rojo con el Mediterráneo; fue inaugurado en 1869. La necesidad de esta vía de comunicación, que ahorra muchos miles de kilómetros de navegación o una penosa travesía por el desierto, se comprendió y se emprendió ya en la más remota antigüedad. En verdad, en esa obra no se trató de cortar directamente al istmo, sino de poner en contacto el Nilo Inferior con el mar Rojo. De una inscripción existente en el templo de Karnak se deduce que el canal existía en épocas del faraón Seti I (siglo xv a. de C). Unía el Nilo, a la altura de Bubastis, con el puerto de Pithom, en los actuales Lagos Amargos.
Ramsés II mejoró este canal, que la arena del desierto cegaba constantemente. Imaginen ustedes el trabajo sobrehumano que representaba excavar aquel suelo huidizo, sin medios mecánicos de ninguna especie, sacando la arena en cestas, cargándola a hombros de esclavos que, calcinados por el sol africano, muchas veces morían bajo el látigo de sus crueles capataces. Cuando los persas conquistaron Egipto, el canal volvió a excavarse y se prosiguió hasta el mar. Luego, en el siglo in a. de C. se conectó -siempre utilizando el Nilo- el Mediterráneo con el mar Rojo. Conquistado el país por Roma, el canal fue abandonado poco a poco; la arena del desierto lo cubrió inexorablemente y desapareció. En épocas del califato árabe fue abierto de nuevo, pero tan sólo durante poco más de un siglo. Por orden de un nuevo califa se cegó y no se volvió a hablar de esa vía de navegación más que en forma accidental y fragmentaria. Fue Napoleón, durante su expedición a Egipto, quien reactualizó el tema. Ese hombre sagaz comprendió la importancia no sólo económica sino militar de aquella vía de comunicación directa entre el Mediterráneo y el mar Rojo, es decir, entre Europa y Asia. Sin embargo, pese a que se realizaron estudios, las circunstancias no eran apropiadas para semejante empresa.
Sólo en 1846 se constituyó en Francia una “Sociedad de estudios para el canal de Suez”. En principio los ingleses se opusieron a la realización del proyecto, hasta que el ingeniero francés Fernando de Lesseps, valiéndose de la amistad que lo unía al virrey de Egipto, Mohamed Said, consiguió iniciar las obras, tras recolectar un capital de 200 millones de francos. El costo total fue de 400 millones, suscritos internacionalmente. Trabajaron en la construcción, en forma constante, 20.000 hombres reclutados entre las aldeas y pueblos vecinos; por su cauce circulan día y noche barcos de todas las nacionalidades con un volumen de millones y millones de toneladas al fin de cada año. La longitud del canal es de 161 kilómetros y tiene un ancho que oscila entre los 70 y los 110 metros, con una profundidad media de 9,70 m. Cabe agregar que junto a la entrada del canal, en Suez, hay un magnífico monumento a Fernando de Lesseps, el hombre que supo convertir un sueño maravilloso en extraordinaria realidad. Ese mismo hombre, empero, estaba condenado a fracasar en su segundo gran proyecto, la apertura de otro canal en Panamá, como si al ganar la inmortalidad con el corte del istmo de Suez hubiera hecho ya bastante por el mundo.
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