El fin utilitario y estético de la vestimenta en general


Es difícil decir cómo se originó el vestido; lo más común es pensar que el cuidado de la salud y la comodidad inspiraron a los pueblos el uso de prendas adecuadas a las condiciones climáticas, y así, mientras los nómadas del desierto adoptaron el blanco y holgado atuendo que protege del sol y del calor, los esquimales se cubrieron de pieles para combatir el frío.

Sin embargo, la belleza y el colorido de los trajes, aun en los pueblos más antiguos, revelan que la vestimenta ha buscado también realzar la belleza física y la personalidad, cumpliendo otras variadas funciones íntimamente ligadas a la vida de relación, es decir, actuando en función social. De tal manera, podemos decir que el traje varía de acuerdo con diversas circunstancias y acontecimientos. En el mundo cristiano tenemos, por ejemplo, trajes adecuados a diversas circunstancias, tales como el vestido de comunión, el traje de bodas y, finalmente, aquél con que se amortaja a los muertos. Todos los pueblos occidentales visten, a diario, ropas que les son más o menos comunes; pero para las fiestas nacionales o religiosas sacan a relucir trajes típicos regionales que conservan características seculares y ponen de manifiesto su temperamento y sus gustos, hasta llegar, en algunos casos de apego a viejas formas, al extremo de usar uniformes anacrónicos en las guardias reales, y trajes, pelucas y sombreros tradicionales en las funciones propias de la judicatura.

Hace miles de años que la humanidad, tratando de combinar lo útil con lo bello y lo gracioso, reforma, mejora y adapta su vestido, en un derroche de habilidad y técnica que llega a lo artístico. Todas las prendas de la indumentaria humana han evolucionado más o menos rápidamente, y su constante reemplazo por otras más cómodas o vistosas originó lo que ha dado en llamarse “moda”, cuyos imperativos rigen en todo el mundo civilizado.