Algunos relojes primitivos: de sol, de agua, de arena y de fuego
Este sistema de contar no era ciertamente peor que el que podían emplear muchos de sus contemporáneos. Sabían entonces los hombres qué cosa era un año, porque este tiempo necesita la Tierra para dar la vuelta alrededor del Sol. Sabían cuánto duraba un mes, porque la Luna emplea aproximadamente este período de tiempo para dar la vuelta a la Tierra, y sabían cuánto duraba el día y la noche porque un día y una noche emplea la Tierra para dar la vuelta sobre su eje, con una insignificante diferencia de algunos minutos. Pero, antes de que se inventaran los relojes, se apeló a mil recursos diferentes para medir el tiempo.
La medición del tiempo fue hecha, en un principio, por la sombra de los árboles, tanto más corta cuanto más se aproximaba el mediodía. De esta observación rudimentaria nació el reloj solar, simple vara clavada en la tierra, a la que después se agregó un círculo dividido en varias partes.
Para medir el tiempo en los días sin sol, o por las noches, utilizábase la clepsidra o reloj de agua, que los chinos emplearon hace más de tres mil años. Su principio es sencillísimo y se basa en la supuesta regularidad de la salida del agua por el orificio de un recipiente. El reloj de agua, perfeccionado por los egipcios, fue usado por los griegos y los romanos, y durante la Edad Media.
La primitiva clepsidra sufrió sucesivas modificaciones con el correr de los años y dio origen a varios tipos de relojes, entre ellos al de arena.
Los relojes de fuego, que también fueron utilizados en tiempos remotos, estaban basados en la uniformidad con que arden ciertas sustancias, a las que se daba determinada forma y se dividía en secciones de igual volumen. Estas divisiones representaban lapsos de igual duración.
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