Discordias entre los musulmanes por causa del café


Fueron los árabes los primeros en cultivar el café para aprovechar sus semillas. En lugar de mascarlas, como hacían los abisinios, extraían de ellas una bebida de maravillosas propiedades, que pronto alcanzó amplia difusión entre los orientales, a tal punto que el cultivo del café se extendió hasta el otro extremo de Asia, por Persia, Afganistán y la India.

La propagación del uso del café trajo aparejadas numerosas controversias entre los musulmanes. En el año 1511, un jefe islamita, Kairbey, llegó a sostener que el verdadero fiel no podía hacer uso de él porque el Alcorán no hablaba de esa bebida, y la tildó de vicio, como el tabaco y el vino. La prohibición de tomar café provocó una verdadera contienda de la que participaron poetas, filósofos y guerreros, en su mayoría para defenderlo. Al final triunfó el buen sentido, y la bebida se impuso.

De Arabia el café pasó a Egipto, donde se originó una nueva campaña en su contra, dirigida por Ebn-Abd-Alhakk, para quien, si bien su uso no constituía pecado, debía prohibirse porque perjudicaba a las personas de salud frágil. En apoyo de esta cruzada, grupos de fanáticos invadieron las casas, destruyeron las semillas, devastaron las plantaciones, amenazaron a los propietarios de los comercios en que se servía la bebida, y persiguieron a los consumidores. El café llegó a tener sus mártires, torturados, presos, perseguidos... Fue entonces cuando Ebn-Elías, gobernador de El Cairo, resolvió intervenir. Consiguió poner de su parte a las autoridades y a los sacerdotes, y el café, que era cultivado a escondidas y bebido en secreto, en la intimidad del hogar de sus devotos, recuperó su antigua gloria y reconquistó a Egipto, de donde luego pasó a Turquía, en tiempos del sultán Selim I.