La maravillosa historia de un par de zapatos de cuero
Si observas tus zapatos, verás que se componen de capellada, suela y taco. Ello te hará suponer que poco es lo que se podría decir sobre esas tres cosas. Pero cuando te enteres que se necesitan ciento sesenta máquinas diferentes y doscientos nueve pares de manos para confeccionar un par de zapatos, comenzarás a comprender que su fabricación no es una cosa tan sencilla como parece.
El calzado toma diferentes nombres conforme se proceda a unir la parte superior o capellada, con la inferior o suela. En primer lugar tenemos el clavado, cuando en esa operación se utilizan clavos, de metal o madera, o grapas metálicas; y luego el calzado cosido, más fino y de mejor calidad.
El calzado puede confeccionarse a mano o a máquina. Mucha gente prefiere el calzado hecho a mano, porque aduce que el trabajo manual es más seguro y perfecto. Eso ocurrió, sin duda alguna, cuando aparecieron las primeras máquinas, pero tal afirmación referida a las máquinas modernas carece de fundamento.
Hasta mediados del siglo pasado todo el calzado era hecho a mano. Las principales herramientas del zapatero eran: el tranchete o cuchilla, el martillo para machacar suelas, la doble pestaña para tacones, la plancha para las suelas, la ruleta para marcar el punto o ruletear, la lezna, la cuchilla para desviar tacones y la piedra de batir. En algunos talleres de compostura y remiendos pueden encontrarse todavía estas herramientas, que casi no han variado en tantos años.
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