CÓMO SE HACEN LOS LADRILLOS
La fabricación de los ladrillos parece haber sido una de las primeras industrias conocidas de los antiguos orientales, en la que se mostraron hábiles maestros. Sábese con entera certeza que antes de que los israelitas fueran obligados a fabricar ladrillos en Egipto, los habitantes de este país y, en época anterior, los así-ríos y babilonios, emplearon ya a los esclavos en el monótono trabajo de amasar arcilla, mezclándola con paja triturada, a fin de moldearla después en forma de ladrillos, que exponían a los rayos del sol, hasta que se endurecían y quedaban en condiciones de ser utilizados.
Con tan rudimentario procedimiento no era posible obtener ladrillos de buena calidad, capaces de resistir las crudas heladas y ardientes calores de los climas extremados. Sin embargo, en aquellas comarcas templadas y cálidas, bastaban para los fines a que tales ladrillos eran destinados, y hoy día podemos ver algunos en varios museos europeos, en perfecto estado de conservación, después de transcurridos tantos siglos.
Posteriormente progresaron aquellos pueblos en este arte, y lograron obtener productos de mayor dureza, resistencia y duración, sometiéndolos al fuego dentro de hornos o ladrillares; operación que los alfareros denominan cochura. El libro del Génesis, hablando de la construcción de la torre de Babel, dice que en ella se emplearon ladrillos cocidos.
Los griegos y los romanos aprendieron probablemente este arte de los orientales; y Roma conserva todavía construcciones de ladrillo que datan del tiempo en que era la dueña y señora del mundo. En todas las regiones del Viejo Mundo, donde el Imperio Romano estableció su dominación, se hallan restos de antiguas edificaciones de ladrillo, pertenecientes a dicho período histórico.
Los ladrillos siguieron usándose en todos los países, bien como material único, bien como medio decorativo, según se ve en algunos muros de iglesias de estilo románico; y, reconocida su utilidad, se extendió su empleo cada vez más, hasta hacerse casi universal desde la época del Renacimiento. En Francia estuvieron muy en boga por entonces las construcciones mixtas de ladrillo y piedra, y en Gran Bretaña se hizo desde aquella época uso casi exclusivo de este material.
En la fabricación del ladrillo entran procedimientos diferentes, desde los métodos primitivos, que aún se practican, porque no exigen gastos considerables de instalación, hasta los más perfeccionados por la mecánica, cuando se trata de producir buenos ladrillos en grande escala.
La primera operación que comprende esta industria es la preparación de la pasta, que tiene por objeto dar al ladrillo toda la trabazón necesaria y limpiarlo de sustancias extrañas y perjudiciales.
Todos sabemos que la arcilla es la materia ordinaria que entra en la fabricación del ladrillo. Preciso, es, pues, verificar una excavación en tierras que encierren un banco arcilloso, para extraer de ellas el material.
Después se eliminan de él las materias extrañas, que dañarían a la trabazón y consistencia del ladrillo; los cuerpos perjudiciales de tamaño algo grande se separan a mano; los más pequeños, con la zaranda o criba. A veces, y antes de proceder a la amasadura, hay que añadir a la arcilla arena, creta u otras sustancias desengrasadotas, para darle más plasticidad y solidez. Así preparada la arcilla, se la deposita en zanjas, donde queda expuesta algunos meses a la purificadora influencia de la intemperie. A fin de que toda la masa sufra el contacto de la atmósfera, es necesario removerla con palas, de cuando en cuando, con lo que se consigue que muchas materias nocivas se desprendan en forma de productos gaseosos.
La amasadura es la segunda y, sin duda, la operación más importante de la fabricación de los ladrillos. Puede hacerse con los pies o a máquina. En el primer caso, después de separar una buena cantidad de arcilla y de regarla debidamente, los operarios la pisan con los pies descalzos, y le van añadiendo sucesivamente agua hasta que tome la necesaria plasticidad. En algunas localidades la amasadura se efectúa con bueyes o caballerías; pero éstos nunca hacen tan buena labor como los obreros, pues uno de los trabajos más importantes en ella es la separación de los cuerpos extraños que pudieron quedar en la arcilla después de la primera operación. Preparada la pasta, es necesario someterla al moldeo, fabricando con ella los ladrillos de la forma y dimensión que se desea.
El moldeo, como la amasadura, puede hacerse a mano o a máquina. Empezaremos a explicar por el primero.
Aunque en esencia son iguales los métodos para moldear a mano los ladrillos, varían notablemente de una a otra localidad los detalles de esta operación. El procedimiento, en general, consiste en lo siguiente: en una era bien plana y apisonada se sienta el moldeador, teniendo a su izquierda un cubo de agua y cerca de si una gradilla o molde y un rasero. Un ayudante pone a la derecha del moldeador un montón de pasta preparada; el operario coge la gradilla, la moja en el cubo, y después de colocarla en el suelo, la llena de barro, que extiende perfectamente con la mano izquierda, le quita luego con el rasero que tiene en la derecha la pasta excedente, y la echa en el montón. A continuación se retira un poco, levanta el molde y lo introduce en el agua, y así repite para cada ladrillo las mismas operaciones. Cuando éstos han tomado alguna consistencia, unas doce horas después, un obrero los saca de la gradilla y los coloca en posición vertical o apoyándolos de dos en dos, a la vez que hace desaparecer con un cuchillo las imperfecciones aparentes.
Un buen moldeador fabrica al día, por término medio, unos 6.000 ladrillos; pero con pasta consistente sólo puede hacer de 2.000 a 3.000.
Los ladrillos ya vaciados de los moldes o gradillas se exponen al aire y al sol; se verifica así la desecación, que tiene por fin darles cierta solidez, quitándoles la mayor parte del agua que contienen; con lo cual no sólo se economiza una cantidad notable de combustible en la cochura, sino que ésta se regulariza, y se evita que los ladrillos salgan porosos, agrietados y poco resistentes.
Para que la desecación sea perfecta, se colocan los ladrillos de plano y unos junto a otros en el secadero, tan próximos entre sí que éste aparezca como si estuviese enladrillado; en este estado quedan durante un período de tiempo variable, según la temperatura del ambiente, pero que nunca excede de veinticuatro horas. La desecación definitiva se verifica colocando los ladrillos en rejales, esto es, apilándolos de manera que el aire pueda circular libremente a su alrededor y les quite la mayor parte de humedad que contienen todavía.
Si las operaciones precedentes se han ejecutado con esmero e inteligencia, los ladrillos obtenidos podrán ser sometidos a la cocción.
Ésta puede verificarse en hornos provisionales, hechos con los mismos ladrillos que se van a cocer, según representa uno de los grabados adjuntos, y que se llaman hormigueros, o bien en hornos definitivos.
Antes de preparar el hormiguero se iguala y apisona el suelo, saneándolo siempre que sea húmedo o haya temor de que se inunde. Los hormigueros pueden ser de planta rectangular o cuadrada y sus dimensiones dependen del número de ladrillos que se hayan de cocer, que, en general, son más de 50.000 y pasan rara vez de 200.000, aunque a veces se elevan a medio millón. La altura de los hormigueros no excede, por lo general, de seis metros y medio.
Después de trazar la planta del hormiguero, se coloca un primer lecho o daga de ladrillos, de canto, dejando entre ellos huecos que se llenan de combustible; encima de esta primera capa se dispone otra en dirección perpendicular, luego otra en la misma forma que la primera, y así sucesivamente hasta seis dagas rellenas de capas de carbón, dejando de trecho en trecho unos espacios vacíos que serán los hogares, donde se pondrá el carbón en gran cantidad y se encenderá para que el fuego se propague por todos los intersticios donde haya acumulada materia combustible.
Dispuestas las seis dagas en la forma indicada, se encienden todos los hogares, y al cabo de dieciocho o veinte horas la masa está candente: entonces se tapan con ladrillo o arcilla las bocas de los hogares, para moderar la acción del fuego, y se continúa elevando el hormiguero con otras dagas hechas como las anteriores. Al paso que se levanta el hormiguero se cubren sus paredes con una camisa o enlucido de arcilla, mezclada con arena y paja, para disminuir la contracción de aquélla y darle consistencia; de la misma manera se cubre la última daga de ladrillos.
El hormiguero terminado presenta en conjunto la forma de un tronco de pirámide de base rectangular.
Sucede frecuentemente que los ladrillos próximos a la camisa no reciben más que un principio de cocción; en este caso, cuando se hacen varias hornadas, se utilizan para formar la base del hormiguero siguiente.
Se emplean de ocho a diez días en la construcción de un hormiguero para 200.000 ladrillos, pues no debe colocarse una daga hasta que el fuego actúe en la precedente, a fin de no ahogar la combustión, y en la cochura se invierten de doce a quince días, contados desde el momento de encender los hogares.
De las varias operaciones necesarias para la fabricación de los ladrillos, hay dos, la preparación de la pasta o amasadura y el moldeo, que admiten el empleo de máquinas.
Cuando hay que trabajar grandes cantidades de arcilla, las amasaderas mecánicas ofrecen grandes ventajas. En ellas la tierra mezclada con el agua se echa por la parte superior, y puesta la máquina en movimiento, deja la arcilla perfectamente amasada con una especie de grandes cuchillas o palas dispuestas circularmente como los radios de una rueda, según podemos ver en uno de los grabados que ilustran este capítulo.
Para el moldeo de los ladrillos son muchas las máquinas ideadas y construidas desde hace bastantes años: las máquinas de émbolo, numerosas y generalizadas, que funcionan por presión o por choque, haciendo saltar el prensado y moldeado; las laminadoras, que reciben la masa de arcilla informe, y después de pasarla por rodillos, la devuelven a través de orificios o hileras, en forma de filete o gruesa banda continua; las de moldes cortantes, en que éstos descienden sobre la arcilla previamente dispuesta y que al elevarse aquéllos queda convertida en varios ladrillos, perfectamente moldeados; y, finalmente, las máquinas compuestas, que como su nombre indica, reúnen las ventajas de las anteriormente descritas. Consisten éstas, esencialmente, en una fuerte armazón en que dos moldes vienen a colocarse, cada uno a su vez, debajo de la tapa superior, y mientras uno de ellos recibe la presión, el otro se adelanta y se desmolda automáticamente, presentando el ladrillo en la parte delantera del aparato. Para servirla bastan dos operarios, y consume medio caballo de vapor de fuerza, haciendo un trabajo de 5.000 ladrillos al día. Los operarios que cuidan de la labor de esta prensa sólo tienen que ir colocando los panes de arcilla en los moldes y retirar los ladrillos ya moldeados.
Basta, ahora, enumerar las principales especies de ladrillos que se fabrican para fines diversos, además de los comunes, que son de uso general. Tenemos, en primer lugar, los aplantillados, que se hacen conforme a plantilla y tienen forma de cuña, dovela, etc., y sirven para arcos, bóvedas u otras construcciones análogas. En los ladrillos de aserrín o corcho, estos materiales, reducidos a polvo o trozos muy menudos, se mezclan con la arcilla, produciendo una gran disminución en el peso de la masa. Tienen variadas y numerosas aplicaciones para el revestimiento de neveras, calderas de vapor, tubos de conducción de aire caliente, etc. Los hidráulicos se construyen de intento para resistir a la humedad. Los huecos, en general de forma prismática, perforados con diversos agujeros, por ser malos conductores de la humedad, del calor y del sonido, se recomiendan para los muros de las viviendas. Hay, además, ladrillos prensados, que sobresalen por su resistencia; refractarios, que son infusibles a las mayores temperaturas; vitrificados, buenos para guarnecer acedas y andenes; de pala de jamón, que tienen un rebajo y sirven para construir mochetas, y otros menos importantes.
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