VIAJANDO POR EL BRASIL - Raymond E. Crist


En el viaje aéreo desde Belén, en la desembocadura del Amazonas, hasta Salvador (o Bahía), a unos trece grados de latitud meridional, se contemplan primeramente interminables leguas de selvas tropicales, y luego, centenares de millas de áridos y secos matorrales. Sobre la corroída peniplanicie brasileña, de San Luis a Recife, sólo crecen las hierbas silvestres que pueden desafiar las inclementes sequías, mientras en los valles, ya más húmedos, puede apreciarse a menudo la verde huella de la mano del hombre. Al aproximarse a Bahía el avión se apega al litoral que separa al estrecho cinturón de verdes cocoteros de la nívea y espumosa marejada que va a romperse una y otra vez sobre la dorada arena. Ocasionalmente, rompe la regularidad de la costa algún promontorio de granito y rocas metamórficas, pulido por el incesante acariciar de las olas que agitan los incansables vientos alisios.

Va descendiendo el avión y ya puede distinguirse, allende los cocoteros, una extensión de granjas autosuficientes, en cuyas bajas tierras crece el cazabe. Inmediatamente, más hacia el interior, sigue una franja de níveas y resplandecientes dunas, distinguiéndose un amplio aeropuerto sobre el cual termina deslizándose el avión. Una vez en tierra el pasajero aborda un automóvil que le conduce hasta Bahía, a 25 kilómetros de distancia, a través de una angosta, polvorienta y tortuosa carretera. Pasan los 17 primeros kilómetros y comienza a oírse el rechinar de los neumáticos sobre la parte pavimentada de la carretera y en unos minutos se desciende una larga colina y aparece er. toda su magnificencia la anchurosa y azulada bahía de San Salvador, con las manchas claras de sus veleros.