El mirto de la cera, el apios americano y las algas
A orillas del mar, en las dunas, y hasta en el interior de la comarca marítima, se ven en ciertas regiones las redondeadas masas de verdor que forma el mirto de la cera. Sus rígidas y ovaladas hojas, de oscuro y apagado color verde, son resinosas y en extremo aromáticas; su olor se parece algo al del laurel, como se nota fácilmente si se estrujan dichas hojas. Al caer éstas del arbusto, dejan al descubierto las bayas ya maduras, aunque firmemente sujetas a los tallos. En apariencia son blancas, pero si se coge una y se rasca con la uña, se ve que la baya es en realidad de color oscuro y muy arrugada, y que la sustancia blanca que la cubre y llena todas sus grietas es cera vegetal, la cual hace impermeables a las bayas, protegiéndolas de la lluvia y la nieve durante el invierno, mientras permanecen suspendidas en los tallos. Antiguamente se utilizaba esta cera vegetal, para cuya extracción se ponía a hervir gran cantidad de bayas; al poco rato flotaba en la superficie del agua la cera fundida, con la que se fabricaban velas, que resultaban de pálido color verde, y al consumirse exhalaban una exquisita fragancia.
El apios americano es otra planta de gran valor también para ciertas tribus de indios de Norteamérica. Se encuentra a veces en regiones interiores, pero prefiere los sitios húmedos a los secos y áridos. Es más común a lo largo de la costa, donde se la ve apartarse, sin embargo, del agua salobre. Entre los espesos matorrales que hay a orillas de los caminos, extiende sus largas ramas trepadoras; de ahí que resalten sobre aquel verde fondo los racimos pedunculados que forman sus flores, de color rojizo o castaño violáceo, algo parecidas al guisante de olor, y singularmente colocadas, las cuales exhalan delicioso aroma semejante al de las violetas. Pero lo más interesante en esta planta son sus tubérculos, de forma casi cuadrada, cubiertos de una piel oscura, y algunas veces tan grandes como el puño, los cuales se presentan a menudo engarzados a semejanza de las cuentas de un collar, a lo largo de los rizomas. Los indios pieles rojas mostraban gran afición a estos tubérculos, que, cocidos, tienen un sabor bastante parecido al de la batata.
Al hablar de las plantas marinas no podemos dejar de mencionar las algas, aunque sin incluirlas en la lista de los vegetales que echan flores, puesto que las algas no las tienen. Viven casi siempre en el agua, y se reproducen no por medio de semillas, sino de esporos, tan diminutos que sólo pueden verse con auxilio del microscopio. Las algas que crecen agarradas a alguna roca de la costa, con frecuencia permanecen fuera del agua durante unas pocas horas, y si la marea no volviera pronto a sumergirlas, quedarían secas y morirían. Estas plantas no tienen verdaderas raíces, pues lo que parecen tales no son otra cosa que rizoides que se adhieren a la superficie de la roca, pero sin penetrar en su interior. Las algas utilizan las sustancias que les proporciona el agua que baña la superficie de la planta. El follaje de las de mayor tamaño, que se encuentran flotantes o adheridas a las piedras de la orilla del mar, es bastante duro y de color aceitunado.
Hasta cierto punto, puede, sin duda decirse que las plantas que brotan en las márgenes de alguna límpida corriente y las que se ven en los sitios pantanosos son las mismas. La razón de su presencia en ambos lugares es la necesidad imprescindible que experimentan de abundante humedad para alimentar sus raíces.
Los botánicos las designan con el nombre de hidrófitas, o plantas acuáticas; llaman xerofitas a las plantas que viven en suelo seco, y, finalmente, conocen con el nombre de mesofitas a las plantas que huyen de la humedad y de la sequía excesivas. Por tanto, al buscar plantas en los terrenos pantanosos, no debe sorprenderse el colector si halla algunas de las que prosperan a orillas de los ríos y arroyos.
En los lugares pantanosos uno de los principales elementos que componen el suelo es la turba, que se forma con los restos de las plantas que antes brotaron allí.
En gran número de pantanos se halla cierta especie de musgo designado con el nombre de esfagno, el cual cubre grandes extensiones de terreno, entrelazando cada planta sus tallitos con los de su vecina, de modo que aparecen como una enorme esponja empapada de agua. Los esporos del esfagno germinan dando una red de filamentos subterráneos sobre los cuales se producen en gran número las plantitas, que forman así las “alfombras de musgos”. Este musgo, que tapiza el suelo, por ser una criptógama no echa flores, pero ofrecen interés sus aparatos de reproducción en forma de cápsulas de color castaño, situados en el extremo de un eje. Dentro de la cápsula, se encuentran las esporas.
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