LOS HÁBITOS DE LAS FLORES
Sabemos que las distintas plantas difieren en lo tocante a su preferencia para ciertos tipos de terreno, o por lugares determinados de altura. Las hay que requieren suelos húmedos, a diferencia de otras que vegetan mejor en los secos, lo cual depende de la cantidad de agua que necesitan absorber y del espesor más o menos grande de la corteza o cutícula que las protege. Las hierbas, arbustos y árboles que llamamos perennes se defienden mejor que las plantas anuales, cuando el agua escasea, porque tienen raíces extensas y, además, sus hojas suelen tener superficie dura y pulida que impide una evaporación demasiado rápida del agua contenida en el vegetal.
Cuanto menos rápida sea la pérdida de agua por los poros de las hojas, menor será el trabajo que han de hacer las raíces para absorber la humedad de la tierra; de manera que si se comparan las cosechas sucesivas de plantas cultivadas en lugares secos, se observará que sólo sobreviven las de cubierta más gruesa y tupida y que cada especie adquiere gradualmente la estructura necesaria para evitar la pérdida rápida de agua por las hojas y aun por el tallo, logrando así prosperar en terrenos donde habría de perecer una planta de hojas delgadas. Por eso el cacto, el agave y otras plantas por el estilo, crecen en los lugares más secos y áridos.
Igualmente, si consideramos las plantas que crecen en un lugar determinado y estudiamos detenidamente las distintas especies, observaremos que en todas ellas es parecido el aspecto de las hojas y de los tallos, siempre que se considere desde el punto de vista anteriormente expuesto. Si recorremos, en busca de flores bonitas, un terreno arenoso y cogemos el brezo, el tojo, la juncia y el pino, no se nos marchitarán entre las manos, mientras las llevamos a nuestra casa; pero si paseamos por las márgenes de un río y recogemos ulmarias, miosotis u otras flores parecidas, se observará que al llegar están todas muy mustias, sin que logremos conservarlas mucho tiempo ni aun poniéndolas enseguida en agua fresca.
Si las semillas de las plantas que viven junto al agua son transportadas a terreno arenoso, o las de las plantas que crecen en éste a las orillas de un río, es posible que broten, pero nunca alcanzará la planta un completo desarrollo, porque no encuentra las condiciones que requiere su crecimiento. Sabiendo que una especie de plantas crece en los pantanos o junto a los arroyos, podemos estar seguros de no hallarla en terrenos arenosos; de manera que luego podemos distinguir unos grupos de plantas de otras, según crezcan en los bosques, entre las rocas o a orillas de los ríos.
Cada especie de plantas florece en época determinada, siendo tanta la exactitud con que lo hace, que podemos estar seguros de encontrar, en cada estación, las flores que le corresponden, con tal de que el tiempo sea poco más o menos lo que debe ser, según la época del año. Hay años en que la primavera llega con retraso, porque los fríos del invierno persisten más de lo regular, y en este caso también son tardías las flores de la primavera, pues su aparición depende de la temperatura. Los capullos brotan y se abren cuando el estado del tiempo es el más propicio para ese objeto.
Pero lo que desearíamos saber es cómo averiguan las plantas que ha llegado el tiempo oportuno. ¿Cómo saben, por ejemplo, la campanilla blanca y el azafrán, cuyos bulbos están sepultados en la tierra, que han terminado ya las heladas? ¿Quién le dice al almendro que eche sus hermosas y sonrosadas flores antes de haber brotado su follaje? ¿Quién avisa al tusílago para que antes de asomar una sola hoja, empiece a cubrirse de flores amarillas? Sin duda estas plantas no conocen de antemano la época exacta de su floración; pero saben que llegará y que han de estar preparadas cuando llegue aquélla.
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