Escalofriante aventura de un osado cazador inglés


La precipitación del ataque del tigre es capaz de poner a prueba los nervios del hombre de más valor. Sir Eduardo Bradford, que escapó milagrosamente de las garras de una de estas fieras, y que llegó a ser, después de esa aventura, jefe de la policía de Londres, tuvo la poco envidiable suerte de poder comprobar por sí mismo la terrible rapidez con que un tigre se convierte de cazado en cazador. Había estado acechando a uno de ellos, lo había herido, y el animal se arrastraba a lo largo del lecho seco de un río. Sir Eduardo trató de colocarse al mismo nivel; pero al dar la vuelta a una roca, perdió de vista a la fiera.

Ésta había trepado por una senda oculta y, al encontrarse a la altura del cazador, arrojóse con ímpetu furioso sobre él. Bradford trató de matarlo de un tiro. Pero entonces ocurrió algo inesperado: la ramita de un árbol entre el disparador y la aguja, impidió que el fusil hiciera fuego.

Cogió el tigre a sir Eduardo por el brazo izquierdo, lo derribó en tierra y se echó sobre él; mas, por fortuna, la víctima tuvo suficiente serenidad para permanecer perfectamente inmóvil, a fin de que uno de sus hombres, armado de fusil, se aproximara y disparase contra la fiera, matándola. Sir Eduardo perdió el antebrazo izquierdo; pero era tal su empeño en salvar la vida a toda costa, que no sintió el menor dolor. La mente, en esos momentos, se encuentra tan activamente ocupada en buscar medios de salvación, que logra sobreponerse al mayor padecimiento físico. Cierto es que no en todos los casos ocurre lo mismo; pero sabemos por otros muchos ejemplos que no es raro que la Naturaleza revele tanta piedad.

También Livingstone hubo de experimentar esta bienhechora insensibilidad para el dolor, pues a pesar de recibir en un brazo la terrible dentellada de un león, nada sintió en el primer momento. Su cerebro trabajaba con tal intensidad buscando un medio de escapar del peligro, que no le quedaba tiempo para pensar en lo que sentía. Otras muchas experiencias semejantes, y la observación minuciosa de los combates que sostienen entre sí los animales, han hecho creer a varios pensadores que la Naturaleza no es tan cruel como algunos han supuesto, y que los animales que mueren luchando con otros no padecen tan terribles dolores como pudiera creerse, sino que pierden la vida casi sin darse cuenta de ello.