La dulce melodía que regala los oídos del viajero que atraviesa de noche los campos


Puede darse por bien empleado el trabajo de recorrer grandes distancias por el solo placer de oír al ruiseñor, pues no hay otra canción tan dulce y melodiosa.
Escuchemos al canario que cante mejor; oigamos sus prolongadas y líquidas notas, e imaginémonos después éstas dadas en un tono mucho más lleno y exquisito, lanzadas por un ave misteriosa, oculta en la enramada (bajo la estrellada bóveda del cielo de medianoche. Las notas sostenidas, melodiosas, fluctuantes del canario, tienen con las del ruiseñor un cierto parecido si bien muy moderado. El ruiseñor es un ave asustadiza  y nerviosa, no obstante construir, en las proximidades de las moradas del hombre; pero en cuanto empieza a cantar, parece tan fascinado por el amor de la hembra, en cuyo entona sus sentidas trovas y gózase hasta tal punto en sus propias melodías, que, olvidando toda peligro, no se interrumpe por nada. Esto explica la anécdota que vamos a referir. A un hombre que varios años consecutivos, había recorrido grandes distancias para oír a un ruiseñor, sin haberlo conseguido jamás, dijéronle que fuese a cierto lugar donde de seguro lo oiría, entrada la noche cuando penetró en un sendero, y a pesar de caminar de puntillas a través del matorral en donde le habían dicho que el pájaro se ocultaba, no oyó nada. Esperó larguísimo tiempo, hasta que el desaliento se apoderó de él. Como siempre le había ocurrido lo mismo, pensaba a su regreso: “Está visto que jamás lograré oír a un ruiseñor”.
Entonces empezó a caminar sin precauciones, pues éstas de nada servían y al adelantar un pie, empujó con violencia una piedra, que rodó por el camino produciendo bastante estrépito. Sintió entonces un débil pitido de  la espesa arboleda que había al. otro lado de la cerca a lo largo de la cual caminaba. Era un grito de alarma, una nota de atención lanzada por un pájaro a otro. Pensó el hombre que las aves no suelen estar sobre aviso a estas horas avanzadas de la noche; mantúvose silencioso e inmóvil por espacio de algunos segundos, y no oyó ningún nuevo sonido; pero, familiarizado con la. manera de obrar de las aves, recurrió a una estratagema de que se había valido en diversas ocasiones para hacer cantar a los canarios y a otros pájaras. Silbó muy bajo, procurando imitan el canto del canario, y al instante le contestaron desde los árboles. Volvió a silbar con más fuerza, y el pájaro replicó con más brío. Repitió varias veces el juego, elevando siempre el tono y recibiendo siempre la consabida respuesta, cada vez también más larga y más franca, hasta que, por fin, escucharon sus atónitos oídos un canto melodioso y lleno que no había oído jamás: era el canto del ruiseñor. El ave había ido adquiriendo gradualmente confianza, hasta que a entonar su maravillosa canción con tal empeño, que el personaje en cuestión tuvo tiempo de ir a su casa y llevar a sus amigos para que disfrutasen también de tan dulce melodía.