El interior de un nido de mirlos es una obra maestra


Los tordos y los mirlos animan los jardines con sus alegres cantos, y mientras encuentran un gusano, un caracol o una babosa que devorar, no se alejan de las mansiones de los hombres, las cuales ejercen sobre ellos, al parecer, un atractivo especial.

Construyen los mirlos, en los árboles y arbustos de los jardines, en la hiedra o en los setos, nidos de aspecto exterior tan hábilmente dispuesto, que pasan inadvertidos a nuestra vista. La armazón de un nido de mirlos, aunque fabricada con toscas hierbas y otras materias ordinarias, está tejida con gran primor; pero su interior, admirablemente moldeado con lodo endurecido y recubierto de un forro de hierba fina, es realmente una obra maestra. Parece muy pequeño cuando se lo contempla por dentro, pero en él se alojan y crían de cuatro a seis polluelos desgarbados, con la boca constantemente abierta, hasta que están en disposición de volar.

El tordo, que llena los espacios con sus maravillosas melodías siempre que un bienhechor aguacero viene a refrescar la tierra, es otro habilidoso arquitecto, que hace de arcilla la parte interna de su nido, tan perfecto como el interior de una nuez de coco.

Todos tenemos nuestros pájaros favoritos, pero hay media docena de ellos que pondríamos a la cabeza de los que más nos agradan; y el primero de los tales es, sin duda, el ruiseñor. Son de tal majestad sus melodías, que no podemos sustraernos al deseo de asignar a este alado y admirable cantor cierto carácter de realeza. Parécenos que debiera vivir en un palacio regio. Los hechos, sin embargo, no concuerdan con los caprichos de nuestra fantasía. El nido del ruiseñor es uno de los más modestos y pobres. Construido de hojas secas, amontonadas las unas sobre las otras, y recubierto de hierba, en él cría esta prodigiosa ave sus polluelos.

Todos convenimos también en el encanto especial que posee la alondra. Pero su nido constituye para el hombre una sorpresa. Ave de tan alto vuelo, busca el más bajo nivel para cuna de sus hijos, construyendo un humilde nido de hierbas en la tierra, con sólo un poco de césped o un terrón de esa misma tierra por toda protección.