Dos orificios del diámetro de un alfiler bastaron para envenenar a una rata
Nada hará comprender mejor los efectos del veneno de la cobra que el relato de dos casos ocurridos en uno de I los principales parques zoológicos de Europa, no hace muchos años. Cierto guardián del establecimiento, jugando imprudentemente con uno de estos reptiles, fue mordido; y aunque el veneno de la cobra en cautiverio! pierde una pequeña parte de su terrible actividad, el infeliz guardián murió al cabo de una hora. El segundo caso ofrece algunas particularidades dignas de conocerse, pues la víctima fue un ilustre y atrevido naturalista. Habiendo visto que una cobra mordía a una rata, quiso estudiar los efectos del veneno; observó primero al roedor, y viole azorado, como si presintiese su próximo fin, dilatando las pupilas y procurando sostenerse en un rincón de la jaula. A los tres minutos había perecido.
Entonces el naturalista resolvió estudiar los restos de la rata. No se veía exteriormente ninguna señal de herida; pero, después de despojarla de la piel, vio dos agujeritos enteramente semejantes a los que pudieran hacerse con un alfiler. Sólo hacía diez minutos que había muerto el animal, pero ya la carne inmediata a las heridas parecía descomponerse. El observador rascó entonces con la uña del pulgar la piel de la rata en el punto en que suponía habían penetrado los colmillos de la serpiente, y a los pocos minutos sintió un terrible choque, como si acabara de recibir un fuerte golpe en la cabeza y en el cuello, a la vez que le taladraba el pecho un dolor agudísimo, comparable al de un hierro incandescente que lo atravesara, mientras su respiración se hizo difícil y fatigosa.
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