La seda que hilan los mejillones en el fondo del mar para sujetarse a las rocas y maderas


Al hablar de las ostras y de los mejillones, decimos que suelen "fijarse", como otros muchos bivalvos, en las rocas o en otros objetos. Pero unos seres cuya parte exterior consiste en una concha dura, ¿cómo pueden pegarse a la superficie resbaladiza de una piedra o al carapacho de algún crustáceo? Para lograrlo, tienen que hilar una especie de seda, aunque el empleo de la palabra «hilar", tratándose de un mejillón, nos parezca extraño. No es posible, en efecto, llevar a cabo esta operación de manera más perfecta que como lo ejecuta el mejillón común. Éste, como la folas, tiene un pie en forma de ventosa, que utiliza para fijarse provisionalmente en alguna roca.

Entonces se empieza a formar, en el interior del molusco, una especie de fibra sedosa, conocida científicamente con el nombre de biso, palabra griega que significa filamento. Las hebras de esta sustancia van saliendo del mejillón, que las convierte en hilos resistentes. Con ellos le es posible amarrarse a una roca, a un madero y aun a objetos de superficie más lisa. Los mejillones suelen reunirse en masas que pueden verse, igualmente sobre rocas, a orillas del mar, y no consigue arrancarlos de su sitio ni la fuerza de las más violentas olas. Cada mejillón hila su propio biso, pero lo une a los de sus compañeros, formándose con los varios hilos un cable de gran resistencia, que es la amarra principal que sostiene a todos ellos.

Los ingenieros saben bien lo fuerte que es esa cuerda que fabrican los mejillones. Cuando se construyó el rompeolas de Cherburgo, los ingenieros franceses depositaron miles de mejillones sobre la masa de bloques o piedras amontonadas, pues sabían que esos pequeños moluscos cementarían las piedras mucho mejor que pudiera haberlo hecho la mano del hombre.

Aun más abundan en algunas playas las lapas, que se adhieren perfectamente a las rocas que, al bajar la marea, quedan descubiertas. Las lapas tienen una concha cónica, veteada en forma de fajas pardas y verdosas; no producen hilos; están pegadas únicamente por su ventosa, y sólo es posible arrancarlas tirando de ellas lateralmente. Sin embargo, no siempre se queda adherida a la roca. Cuando la marea está baja, la lapa se mueve lentamente, y se nutre de vegetales marinos. Su lengua es como una cinta áspera, y está cubierta por hileras de unos dientes muy agudos; todo el conjunto recibe el nombre de rádula. La caracola de mar tiene menos dientes, pero más fuertes. De las crías de la caracola de mar, no todas llegan a la edad adulta; pero si sobreviven, son el terror do los demás moluscos. Acostumbran a escarbar en la arena o en el fango de los mares en busca de ostras y de almejas; prefieren, por lo regular, las más jóvenes, pero muchas veces atacan a las viejas, lo que causa estragos en las pesquerías.

Hay otro caracol, llamado litorina o bígaro, que no debe confundirse con el primero, pues es inofensivo. Si pudiese hablar, seguramente protestaría de semejante confusión, pues mientras aquél se introduce dentro de la concha de la ostra y se la come, la litorina viene a ser un protector de las ostras, pues destruye la vegetación marina que, al crecer con demasiada abundancia, acabaría por «ahogar" a las ostras en sus viveros. Los caraco-litos de mar sirven de alimento a la gente pobre, y también de cebo para los pescadores. Aunque su carne no es muy apreciada, hay bastantes personas que le tienen afición.

En el grupo de los moluscos se incluyen los calamares y los pulpos, pero, como carecen de cubierta dura, nos ocuparemos de ellos en otro capítulo.