Las espléndidas libélulas viajan con la velocidad de un tren


Parecen conocer con toda exactitud lo que deben hacer, y por mucha que sea la velocidad con que movamos la red, y por muy grande que sea la destreza con que la manejemos, casi siempre se nos escapan. Es posible cogerlas mientras están quietas; y aun así es bastante difícil. La celeridad de su flechado vuelo, que recuerda el de la golondrina, es la que le permite atrapar mosquitos y otros insectos. Puede cogerlos volando a una velocidad de 65 a 80 kilómetros por hora.

Para poderse arrojar sobre su presa siguiendo una u otra dirección, tiene que hallarse dotada de una excelente vista. En efecto, en el mundo de los insectos tal vez no exista otro que la posea tan buena. Sus rivales en esta materia son las mariposas. Los ojos no sólo son grandes, sino que se hallan formados de un enorme número de facetas, cada una de las cuales es en realidad un ojo. La libélula viene a tener de 15.000 a 20.000 ojos elementales en cada uno de sus ojos compuestos, y a través de cada uno de ellos puede ver con la misma claridad que vemos nosotros con los nuestros.

No se crea, sin embargo, que la libélula es una excepción en lo de poseer esta maravilla de ojos; lo que ocurre es que los suyos difieren en la potencia, no en la forma, de los de los otros insectos; pues casi todos ellos poseen estos ojos compuestos. La mosca común, por ejemplo, tiene millares de ojos cónicos, que unidos forman un ojo muy voluminoso, también de forma cónica, siendo cada una de sus facetas un ojo que funciona de un modo independiente, aunque formando parte del grande.

No pasaremos en silencio la manera como la libélula viene al mundo. La historia de su vida se asemeja a la del mosquito. Los huevos son puestos e incubados en agua dulce. La larva es en extremo voraz, hallándose dotada de fuertes mandíbulas que le permiten atrapar y comer insectos bastante grandes y otros diversos manjares. Su sistema respiratorio es en extremo curioso, asemejándose en cierto modo al de los peces. Carecen, por supuesto, de tráquea y de pulmones. El agua penetra por la parte inferior de su cuerpo, donde un gran número de diminutos tubos extraen de ella el oxígeno necesario a la vida del insecto. Después es expulsada, y la reacción que produce al salir es suficiente para impulsar la larva, sin que tenga que recurrir a otros medios para trasladarse de un sitio a otro. Cuando se aproxima la época de sufrir una transformación o metamorfosis, se arrastra pesadamente la larva hasta el tallo de una planta, donde permanece algún tiempo, hasta que por fin se rasga la vieja envoltura en que ha permanecido encerrada y sale de ella una hermosa libélula. Sus alas, empero, son pequeñas, arrugadas y húmedas, de suerte que, si algún enemigo la ataca, perecerá indefensa. Pero en breve, con el calor del sol, dichas alas se endurecen y extienden; y el insecto emprende entonces el vuelo por las regiones aéreas con la majestad que le prestan sus cuatro espléndidas alas, y su cota de malla, tan esplendorosa y brillante como la quilos caballeros usaban en tiempos ya remotos.

No se crea que la libélula y el mosquito son los dos únicos insectos que experimentan la sorprendente transformación de volar por los aires habiendo nacido en el agua. Lo mismo ocurre también con otros muchos seres análogos.