¿Por qué los animales recién nacidos caminan más pronto que las criaturas humanas?


Sobre esta maravillosa cuestión podría escribirse un libro voluminoso. Una de las respuestas que pueden darse se funda en la relación que existe entre la longitud de la vida del hombre y la del tiempo que tarde en desarrollarse. Parece natural que el proceso del desarrollo sea más rápido en el caso de un animal, que es ya viejo a los quince años de edad, que en el de! hombre, que puede vivir cien años, y aun más.

Pero estos hechos apenas merecen ser tenidos en cuenta ante la extraordinaria diferencia que se advierte entre la rapidez con que se desarrollan los niños y aquélla con que lo hacen animales menos organizados. Otra debe de ser la causa que produzca semejantes efectos. Parte de la explicación es que en los tipos más evolucionados de animales los jóvenes dependen de sus madres más y por espacio de más tiempo que en los simples; como puede comprobarse cotejando las aves con los reptiles, los caballos o los perros con los peces, y aun con las ratas y conejos. Y la diferencia resulta mucho más importante, si nos comparamos a nosotros mismos con los animales.

A primera vista parece sorprendente que las especies más evolucionadas presenten tan marcada inferioridad al nacer con respecto a las simples; pero, si parangonamos al hombre con el perro, por ejemplo, comprenderemos la razón fácilmente. El perro, por ser de organización más compleja que el conejo o el pez, puede aprender algo; sin embargo, la mayoría de los actos que ejecuta los hace por instinto, pero éste no requiere enseñanza. El hombre posee también algunos instintos, mas lo que en él predomina es, sin duda, la inteligencia; y aunque con ella pueda aprenderlo todo, no nace sabiéndolo ya, sino que tiene que aprenderlo, inevitablemente.

El niño, cuando nace, no posee conocimiento alguno, pero sí la facultad de adquirirlos, y ésta es la razón de que necesite tan largo período para poder ejecutar los actos de la vida por sí mismo.