¿Por qué conserva el rostro su calor a pesar de que lo llevamos siempre descubierto?
Este interesante fenómeno es obra de la costumbre. Nuestro rostro se enfría si lo exponemos al frío, como puede comprobarse fácilmente colocando un termómetro de superficie sobre la cara; mas no sentimos frío en ella, porque los nervios destinados a percibirlo se hallan habituados ya a este estado de cosas, y no se dan cuenta de ello. Es un hecho probado que nuestros nervios sólo notan las diferencias de aquello a que no están acostumbrados. Toleramos, sin darnos cuenta de ello, ciertos grados de frío, a los que estamos hechos, en la cara y las manos; pero sentimos frío en los pies y aun nos constipamos, si no los resguardamos de él. Pero las personas que están acostumbradas a llevar los pies descalzos no sienten en ellos más frío que nosotros sentimos en las manos cuando las llevamos desnudas. En los días de invierno no advertimos que tenemos fría la nariz y las orejas, pero, aunque no lo sintamos, las llevamos muchas veces medio heladas, como podemos comprobar colocando sobre ellas la palma de la mano, que casi siempre se conserva caliente. Otra prueba de ello es la facilidad con que en los países fríos se llenan de sabañones dichas partes del cuerpo. Aquí se echa de ver la diferencia que existe entre tener un miembro frío y sentir frío en él.
Esta ley de la costumbre, y la manera como los nervios son afectados por ella, es una de las más importantes del mundo, porque nos explica por qué nos acostumbramos a todo y por qué el campesino no puede dormir al principio en la ciudad a causa del ruido, en tanto que los habitantes de las ciudades populosas no pueden muchas veces conciliar el sueño en el campo, a consecuencia del silencio que en él reina. Pero, al fin, el campesino se acostumbra al ruido y el ciudadano al silencio, y ambos logran dormir a pierna suelta. Lo que verdaderamente notamos son las diferencias existentes.
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