¿Es posible llegar a educar eficientemente la memoria?
La contestación a esta pregunta depende de lo que entendamos por memoria. Lo que conocemos con este nombre es en realidad una suma de varias cosas. Tenemos, en primer lugar, que la impresión producida por una cosa determinada se fija en algún punto del cerebro; luego existe el hecho de que, al presentársenos de nuevo esa cosa, la reconocemos, es decir, recordamos haberla visto ya anteriormente; por último, está la facultad de “evocar” el recuerdo, o sea, de tenerlo presente en nuestra mente cuando nos conviene. Solemos dar el nombre de memoria al conjunto de esos tres procesos, aunque nuestro entendimiento los confunde, a pesar de ser cosas fundamentalmente distintas unas de otras.
De cuantas investigaciones se han efectuado acerca de este asunto, se desprende que la facultad retentiva del cerebro no puede, en manera alguna, aumentarse por medio de la educación. En cuanto a la facultad de reconocer las impresiones que ya se han recibido, es cosa que depende de la atención que pusimos en ellas al percibirlas por primera vez. Lo que sí puede educarse es la facultad de acordarse de lo que ha impresionado nuestro cerebro, pues depende de la relación que establecemos entre las varias impresiones. Será tanto más fácil hacer memoria de alguna cosa, cuanto más enlazada esté con otras en nuestra mente. Éste es el único sistema positivo para educar la memoria, pues el aprender las cosas “de memo-ría” no sirve para nada en lo tocante a este particular, aunque pueda convenir para otros fines determinados. La verdadera educación de la memoria consiste en aprender a razonar.
Cuanto más se piensa en una cosa, relacionándola con otra, tanto más fácil será recordarla oportunamente.
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