¿Cómo llega la flor a convertirse en fruto?


Para contestar a esta pregunta tenemos que saber cómo está constituida la flor. En ella se encuentran los órganos reproductores de la planta. Si encontramos los dos sexos en la misma flor, ésta se llama hermafrodita; si posee uno solo, diclina. En una flor hermafrodita completa se distinguen las siguientes partes: el receptáculo, que es la extremidad más o menos hinchada del pedúnculo que sostiene a la flor, el cáliz, la corola, el androceo, y uno o varios carpelos, que es el aparato reproductor femenino. Las hojas carpelares forman vesículas cerradas que se llaman ovarios. Dentro del ovario quedan abrigados los óvulos. La extremidad de la hoja carpelar se transforma en estigma. Generalmente el estigma se halla en el extremo de un filamento delgado llamado estilo.

Para ser fecundada la flor, el grano de polen tiene que germinar en el estigma. Entonces emite un tubo que penetra en el ovario, entra en el óvulo y fecunda a la célula sexual femenina que se halla alojada en el óvulo. De la fecundación del óvulo se forma la semilla. Este proceso va acompañado de transformaciones del carpelo y de las otras partes de la flor. La corola por lo regular desaparece rápidamente; son. también, precozmente caducos el androceo como asimismo el estilo y el estigma, salvo raras excepciones. La función protectora del cáliz persiste cierto tiempo. El ovario sufre una serie de profundas transformaciones y forma el fruto. A veces el receptáculo participa en la formación del fruto. Todas estas modificaciones son consecuencias de la fecundación del óvulo. De esta manera tenemos explicado el maravilloso mecanismo por el cual la flor se vuelve fruto.